PREÁMBULO
El pánico a la hoja en blanco es, en parte, el miedo a la herida. Algunos saberes orientales indican que la respiración nos mantiene vivos, mientras, simultáneamente, nos hiere. La vida es un continuo de daño y reparación. Puede que consista en sostener el ritmo entre ambos. Dejar espacio para que las palabras y las grafías entren a escena, se materialicen sobre una superficie distinta al flujo de consciencia. Hacer un corte fino, finísimo, y proceder a hurgar con mayor o menor delicadeza.
El túnel es un laberinto en gerundio: existe a medida que se explora, se tropieza, se camina y se tantea con las manos. Si excavo sobre la palabra «prefacio» encontraré el termino latín praefatio, algo así como hablar el primero, más bien un preámbulo. Si continuo moviendo mis dedos hacía dentro, llegaré al verbo fari. Su aspecto es como un árbol con diferentes ramas, canales venosos, raíces húmedas que se entrelazan y horadan esta tierra oscura. Si sigo el trazado de una de ellas, llegaré a «fábula», donde es posible que me quede un rato a reposar, recuperar el aliento. Es muy probable que me pierda y me vea obligada a desandar mis pasos. Si eso ocurre seguramente pase de largo por fari, llegando a su raíz indoeuropea bhā, la cual es la responsable del nacimiento φθογγή, algo que no sé pronunciar en su lengua original –una mixtura de ficciones– y que, de vuelta a la superficie del léxico, se lee como «phoné»: voz, habla, sonido.
El prefacio en mi idioma materno es un nombre masculino. Según el diccionario, tiene que ver con la introducción a un asunto principal o un discurso; también es una parte de la misa que precede al canon. Elijo preámbulo porque, aun siendo otro nombre masculino, es un sinónimo tramposo y contradictorio: atiende a esa explicación antes de cualquier desarrollo, aunque también se concibe como un sistema de evitación, algo que te obliga a rodear el nudo, el corazón de la narración, para distraerte en el trayecto y en sus múltiples deformaciones.
No concibo la investigación artística si no se establece en esos parámetros del tanteo, estar a tientas. Ahora, frente a esta masa de código y píxeles, me veo envuelta en la minúscula coreografía de meter el dedo en la llaga. Vulnerar el orden de esta superficie vacía.
Si tuviera que explicar qué me trae aquí, intentar escribirlo, no encontraría el modo preciso porque, sencillamente, fuera de la página, la ignorancia forma parte de mi proceso. Sin embargo, hay algunas fórmulas que pueden servir para dar contexto a este mes en Cerro Barón. Como si fuera un ejercicio de desdoblamiento, una invocación a otra de las muchas voces que me componen, aparece así un descriptor:
Canto trazado es una de las propuestas que conforman y amplían la investigación troncal Registro de vientos menores, centrada en las tecnologías y materialidades de la voz y el viento, cuestionando así la existencia de lo que se denomina «voz natural» como algo inherente a lo humano. Esta línea de trabajo oscila entre la performance y la edición expandida, contando con formalizaciones diversas entre 2022 y 2024.
El título de este proyecto se comprende como un pequeño juego de palabras. El término «canto» es la acción o efecto de cantar una composición poética, pero también puede entenderse como una piedra vulgar. En cambio, «trazado» nos remite a la cartografía de un lugar o a la subjetividad del pulso que sostiene y mueve un lápiz, buscando ese instante de captura y registro. Con Canto trazado quisiera ahondar en esa apertura de significados, la grieta entre el territorio conformado por materialidades tangibles y nuestra relación con lo invisible e inasible que lo envuelve.
La estancia en B.A.S.E. está centrada en la escucha y grabación del viento, utilizando las derivas y paseos sonoros como metodología. Las particularidades de la misma tienen que ver con el propio corpus de la investigación, que parte del análisis o exploración de tres instrumentos de viento: el arpa eólica, el órgano y la voz humana. En los tres casos, el modo en que afecta el aire a los dispositivos es distinto, así como la arquitectura en las que se insertan son muy diversas. Durante el mes de octubre las grabaciones del viento se han realizado mediante un resonador electrónico, abrazando por completo el proceso de traducción como un sistema interpretativo y ficcional. Los registros de audio se han llevado a cabo en diversas localizaciones de la ciudad donde el viento incide de alguna manera peculiar: desde lugares al aire libre, zonas elevadas en los cerros o grabaciones de órganos litúrgicos y organillos populares. Durante el proceso están presentes algunas problemáticas como las (im)posibilidades en la traducción de las experiencias de escucha y su relación con el entorno, la notación gráfica desde lo asémico o cómo relacionarse con la edición expandida como una potencialidad para con el lenguaje y el sonido.
La investigación a largo plazo en la que se circunscribe esta residencia tiene diferentes paradas o estadios, y se titula Registro de vientos menores por varias razones. Atiende a ese deseo de inclinarse hacía «lo menor», entendido como aquello que se canaliza desde la periferia, que puede pasar desapercibido en nuestro día a día, con la que no hay una escucha como el viento que se cuela en todos los aspectos de nuestra vida y nos señala la fragilidad del propio ecosistema en el que reside. Esa idea de lo menor también se esboza dentro del ámbito de los estudios musicales y ha sido estudiado por autoras como Susan McClary, en su estudio sobre cadencias femeninas, también denominadas cadencias menores, las cuales no concluyen con violencia. Esto afecta a las sonoridades recurrentes en este proyecto más cercanas al drone, una experiencia acústica continua que fluctúa y se modula huyendo de las estructuras narrativas y canónicas vinculadas al clímax.
Un autor que no quiero referenciar de forma explícita decía que la escritura es mejor que la música porque su temporalidad es diferente: siempre te permite regresar. Quiero pensar que se refería a la música en directo aunque, en ambos supuestos, no coincido con la severidad de su afirmación. Hay un poema de Eric Schierloh –leído por primera vez hace casi una década y que me acompaña desde entonces– que dice “toda promesa excede la ejecución”. “El poema acecha en los intervalos”, entona Nadia Prado y, en ambos casos, asiento con vehemencia. Es y está en el umbral de las cosas: no sólo palabra, no necesariamente sonido, rasga esos dualismos, esas fronteras, esas miradas divididas entre el reverso y el anverso de la vida.
Puede que los preámbulos tengan algo de promesa que desborde la materialización. Quiero creer que lo importante es, entonces, negociar y ablandar el estatus de las expectativas para convertirlas en deseo. Un término que no debería entender de débitos, de deudas.
PRIMERA SEMANA
Supongamos que la llegada es el inicio de un relato. ¿Es la capacidad de hablar con frases coherentes y completas algo a lo que se debe aspirar, o un tartamudeo o una interrupción y vacilación tienen más significado y conexión?
Espejos, feminidad, en la cama, desamparada con, golpeada, cortes, tristeza, armas, ducha limpia, embarazada, clubs de striptease, matrimonio en el ayuntamiento, embarazo, niño, el mundo de los hombres, culturistas, adictos, armas, días de verano, motociclistas, tatuajes, luz de la mañana, amor, hombres, poder y fragilidad, heroína punk, reinas, cocaína, fiestas, Warhol y Herring, playa y cerveza y sexo, hotel con mamá y papá, madre padre bebé hija hermana, nieve en las tumbas. Es fácil crear un relato a partir de tu vida, lo complejo es entender la diferencia, me refiero, dice Goldin, a la diferencia entre un relato y un recuerdo real.
Desplegué las maletas sobre el suelo de madera. No había armarios donde poder desempacar. La labor de deshacer para construir. Lejos de dramatizar, empecé a jugar con las disposiciones de ambas, rígida y semirígida. Me arrojé a la materialidad pura, islas de PVC sobre el parquet. No iba a luchar contra la pulsión controladora. Iban a quedarse ahí, intocables, testigos de mi cansancio. Puse música mientras caía el sol. La Velvet, no sé por qué. A blackened shroud / A hand-me-down gown. Me vino a la cabeza una amiga que siempre los escucha. Lo hace cuando empieza el verano. También pensé que prefiere a Nico. Of rags and silks – a costume / Fit for one who sits and cries. La primera noche que pasé aquí, me quedé quieta en la cama intentando entender la escala entre mi cuerpo y la habitación que, durante un mes, iba a ser mi casa. Es impresionante cómo nos apresuramos a llamar «casa» al lugar donde dormimos. For all tomorrow’s parties. Este tema es uno de los muchos que aparecen en The Ballad of Sexual Dependency de Nan Goldin, una obra, más bien un proyecto de vida que, entre otras cosas, explora el deseo de independencia frente al anhelo de la interdependencia en las relaciones humanas. Lo que siempre me interesó de la pieza es que, bajo un dispositivo similar, su formalización cambia cada vez que se exhibe, ya que el orden de las imágenes y las canciones que las acompañan suelen variar. Algo aparentemente inocuo afecta su legibilidad. Más que una manipulación lo veo como un baile entre las diapositivas y las melodías: se sintonizan entre sí dejando un escenario lo suficientemente abierto para que nos interrogue o nos aflija. No es casual que The Ballad of Sexual Dependency se editase como libro en 1986. Puede que Goldin estuviera escribiendo un libro sin saberlo cada vez que ajustaba el obturador de su cámara, cada vez que bailaba en ropa interior, cada vez que se emborrachaba en compañía, follaba, amaba, se drogaba, reía o lloraba, era golpeada y sufría. Todos esos verbos puestos al límite, todos esos verbos pura escritura encarnada. Dime, Nan, ¿cuál es la diferencia entre un relato y un recuerdo real? En mi familia de amigos hay un deseo de alcanzar los niveles de intimidad presupuestos a la familia de sangre, pero también un anhelo de algo más abierto. Los roles no están tan definidos. Son relaciones a largo plazo. La gente se va, la gente vuelve, pero estas separaciones son sin ruptura del vínculo. No nos une la sangre ni el lugar, sino unos valores similares, la necesidad de vivir a pleno, la incredulidad en el futuro, respeto por la honestidad y una historia común. Vivimos la vida sin consideración, pero con consideración. For all tomorrow’s parties.
En algún momento caí, aunque no lo recuerdo. Me quedé dormida con la música puesta y sin desmaquillar. Las maletas seguían intactas. Fue una alarma lo que me trajo de vuelta. No era el despertador, aún era de noche. Empezó a sonar una alarma, luego otra, luego otra. Aún anestesiada por la madrugada, entendí que se trataba de la misma fuente de sonido, algo que va cambiando de registro: alarma tipo bombero, tipo policial, tipo verbena, tipo animación, tipo de coche y de moto. Así sucesivamente y en bucle. Pudo pasar más de hora y media sin que aquello parase. Lejos de irritarme, intenté escuchar lo que pasaba en los bordes de esos ruidos tan estridentes, trascender y buscar la manera que se integraran al paisaje sonoro de mi nuevo barrio desde hacía unas horas. Capturé un par de gaviotas, una persona nerviosa, dos perros ladrando, el viento golpeando una ventana que no aísla lo suficiente para estas situaciones. Si la alarma fuera un ser humano sería algo así como un ventrílocuo. Quizá un imitador de voces.
Al día siguiente, salí a la calle con el miedo de saberse extraña en un lugar. Con la torpeza de no conocer la cartografía, sus códigos y sus límites, intentando no sentir culpabilidad en aquellos trayectos que, como mi maleta, se atascan en su hacer y te obligan a retroceder sobre tus propios pasos. Estoy sola aquí. La magnitud de esta ciudad me lleva a pensar que, como Goldin, reside en mí la lucha entre autonomía y dependencia. Ninguna conversación, un par de contactos visuales y más de quince kilómetros realizados a pie hacen que decida parar a descansar mirando al mar. Entonces sucede, aparece ella por mi espalda. Tiene los dientes amarillos y el pelo de piedra pómez. Me exige dinero en un tono más legible que sus palabras. Le digo que no, que no tengo suelto. No te entiendo, me responde. Lo siento, no tengo suelto. Es entonces cuando me muestra una cicatriz en su muñeca y me dice que todos sus hijos están muertos. Repite sus nombres una y otra vez. Sebastián, Javier, Álvaro y Ramón sebastiánavierálvaroramón todos murieron me los quitaron. Solo entendí eso y la cicatriz, la cicatriz en la muñeca siempre es monosémica. Entonces es cuando sus palabras se volvieron balbuceo, es decir, cuando retornaron hacia una infancia extinta y, en paralelo, convergieron con la saliva. Baba que finalmente escupió hacia mí. La violencia puede hacer regresar la palabra, las remodela a su gusto. Bajo la performatividad de una maldición, un conjuro oscuro dedicado a mi persona, soy testigo de una verborrea rabiosa y triste. Demasiadas voces que se congelan de golpe. En mutismo, con la boca abierta, intentando transferir sus desgracias. Muy, muy quieta, la mandíbula petrificada y dispuesta durante segundos. Caverna al inframundo. Regresó a este plano para decirme ojalá te degüellen y te violen prostituta barata. Escupió de nuevo al suelo, a modo de despedida.
Recuperé la estrategia de las alarmas nocturnas e intenté atravesar la superficie de lo que ocurrió; centrarme en el escenario circundante y en las sombras proyectadas, más que en los detalles. Contra todo pronóstico no estaba nerviosa, tampoco agraviada. Solo sentía impotencia por nosotras. Continué la travesía a pie, intentando convencerme de no tener explicaciones para el suceso, evitando caer en la superstición, el pensamiento mágico tan propio de mi estirpe. Vi la puerta de la iglesia abierta y entré. En definitiva, uno de los motivos que me había traído a aquí era esto. Contemplar por primera vez este instrumento era como encontrarse con un familiar lejano. Mientras los creyentes rezaban mirando al altar, yo me apoyé en el dorso de los bancos para observar aquel órgano. Decidí reposar en la fascinación, encontrar algo de silencio y calma después del incidente. No podía ser una maldición real porque me había llamado prostituta barata. La luz de las vidrieras bañaba la pared: morados, rosas, amarillos. Miro a contracorriente; siempre estoy en el reverso. Me esfuerzo en desalojar mi mente con poco éxito: florece aquella melodía en mi cabeza. Doo-doo-doo-doo-doo-doo-doo, ah / You better stop the things you do.
I Put a Spell On You es una de las canciones de la particular playlist de Nan Goldin. En mi cabeza sonaba la voz de Nina Simone, su versión y no la de Screamin’ Jay Hawkins. Me incorporé y fui hacia la salida. En el umbral del gran portón vi la pila con agua bendita y sumergí las manos en ella. Restregué el líquido entre mis dedos, por las muñecas y antebrazos con una impudicia inevitable. Limpieza y exorcismo antes de echar a correr.
You know I can’t stand it
You’re runnin’ around
You know better, daddy
- 12º Niebla. Max 17º min 8º
- Prob. de precipitaciones: 2%
- Humedad: 86%
- Viento: a 5 km/h
Grabación #2. Cerro Barón. Ventana habitación.
Necesito alejarme
del foco
luz roja parpadea
irse a la ducha es un modo
de tomar distancia
Grabaciones #4 #5 #6. Cerro Panteón. Cementerio.
Estrecha y angosta. Un canal, o quizá un arroyo mirando hacía arriba, irrumpe abriendo una brecha entre las fachadas. He deshecho mis pasos, queriendo creer –acecha, siempre, esta combinación de palabras– que el mapa me engañaba y que ese no era el camino, la única ruta para llegar a destino. Pierdo la cuenta de los escalones. Un gato me observa quieto, con esa mirada de desprecio propia de su raza. Mis piernas suben mientras el sudor baja, 86% de humedad y ascensión al Empíreo. Cementerio Nº1, ladra un perro que convoca a un hombre. Señorita está cerrado, pero puede entrar al otro, solo tire del fierro de la puerta, así para un lado. Opuestos, uno enfrente del otro. El número 1 y el de Disidentes. Dissidentis el que se sienta separadamente, el que se separa de un grupo, el que disiente. Un cartel indica que está prohibido hacer fotos o vídeos, comer y dibujar dentro por respeto a los difuntos. No dice nada de escribir. Me pregunto cuál es el estatuto de la imagen en este camposanto. Tengo que fingir frente a los vivos que cuidan los fantasmas que no vengo a hacer nada que exceda el código de comportamiento. Aferrarme a la inmunidad que me da la ausencia de bolígrafo y cuaderno. Aquí no vale este argumento del hacer, este «tipo de» escritura que constituye el hacer, su perífrasis verbal, el «estar haciendo». Ahora, con el cuerpo y con una serie de dispositivos y cables Made in China que llevo en la mochila. Si alguien pregunta diré que huía de la eterna presencia de los coches. Que vine a escuchar el viento.
perros pájaros gaviotas hombres trabajando barriendo con escobas insectos voladores gaviotas coche gaviotas graznando abejorro gigante ladridos hombre utilizando una pala ladridos algo metálico siendo golpeado rítmicamente ladridos gaviotas pájaros coche hombre barriendo pájaro pájaro cantando comunicándose con otro hombre barriendo gaviotas graznando sobre mi cabeza coche abejorro sobre mi cabeza
pájaros ladridos hombre de fondo trabajando en el terreno coche
una señora hablando albertito
conversación de fondo
ladridos conversación con alberto
viento
claxon gaviota bostezo motor más ruidoso ¿será un avión? ladridos gaviotas alberto puerta de coche pájaros
albertito habla la chica ahí está en terapia no debe volver, pase lo que pase con esa persona pase lo que pase, prometa lo que le prometa a esta mujer la están medicando
golpe de puerta de coche
yo soy tan duro y tan incrédulo que no voy a creer eso de la doctora me dio el alta y ya estoy bien, no, no no me gusta esta relación, no quiero volver de nuevo yo volví a creer en mí, tengo libertad, no debo darle explicaciones a nadie
sonido de coches
si tú estás en la doctora inaudible quieres irte a peñablanca? andate a peñablanca no hay ningún compromiso inaudible continua conversación sentía a mi hijo llorando cuando ellos se juntaron con la mamá con la abuela y con la tía gaviotas si tamos un día para conversar inaudible alberto sabéis qué? voy a celebrar mi cumpleaños con una amiga el día sábado te aviso el fin de semana y vamos oye alberto sabéis que? estoy invitado a un cumpleaños y no voy a estar en la casa y se acabó dar explicaciones
gaviotas
tranquilo, bien ladridos de perro claxon pájaros gaviotas analizando, viviendo habla interlocutora mujer
inaudible
viento
ladridos página pájaros claxon coche acelerando
señora habla, murmura
coche acelera más alarma al fondo parece de juguete coche subiendo cuesta señora sigue hablando gaviota claxon golpe de algo cayendo
pájaro cantando a mi derecha responde otro pájaro de lejos están comunicándose ladridos golpes lejanos
él habla inaudible lo importante es despertar, estar con tu familia, estar conmigo despertar y estar con tu mamá yo sé lo dije, no es como antes.
gaviota señora diciendo algo tu vete por ahí con tus amigas como lo estás pasando y chao coche o motor pájaros
viento
SEGUNDA SEMANA
Desterramos la posibilidad de alcanzar el nudo del relato. El texto es una trenza; y en la trenza no hay hilos conductores; cada uno se turna para sufrir una torsión: no hay trama en la trenza.
Ganamos tiempo al tiempo: voy a quedarme una semana más.
Suena una voz electrónica, dice: “Ahora puede cruzar a Pedro Montt”. La vocalización es tan maquinal y artificiosa que apenas soy capaz de distinguir entre la orden o la sugerencia. Le dije a Pablo que es como la «Sirificación» de los espacios públicos: la pulsión de instalar un asistente con voz de mujer –una robot femenina–, la inevitabilidad del logos, alejándonos de abstracciones sonoras igual o más funcionales. Un pitido intermitente quizá hubiera sido suficiente, pienso. Voy avanzando por un desfile de cajas de fármacos, montones de ropa, alguna peluca y varios juguetes usados. Compiten puestos de fruta y verdura con los de sopaipillas y empanadas. Veo dos columnas de humo. Bruma de carne chamuscada me atraviesa, otra está a dos cuadras, una fumata blanca industrial. Dos perros tumbados domestican una acera levantada por obras. El flujo de personas es constante, incluso saltando los obstáculos que la ciudad dispone. Intento recordar qué otras cosas me he encontrado estos días en los trayectos que, a fuerza de repetición, se van integrando en la memoria del cuerpo. Escuché a un poeta peruano que mencionaba a un escritor francés hablando sobre un término acuñado por unos místicos turcos. La cita de la cita decía algo así como que «pensamos regresando». El pensamiento es un movimiento de ida y vuelta, como si el trayecto consistiera en subrayar un renglón hasta desgastar el papel de la mente. Me atrevería a decir que “Pen drives con música” es la imagen que más se ha repetido en este paseo rutinario, la porción de calles mínima antes de bifurcar mis días en diferentes direcciones. No termino de entender por qué ese cartel se quedó tan fijado en mi retina. Mi cabeza regresa a otras latitudes, a algún club en un tiempo lejano, casi remoto. “Todo lo que necesito está aquí” me dijo un dj sosteniendo 164 GB sobre la palma de su mano. Recuerdo a otro, desquiciado por los efectos de la noche y por haber perdido su Sandisk negro, gritando desesperado “It’s my fuckin’ job, it’s my fuckin’ money”. El presente se impone de nuevo. Pienso en la importancia que nos damos; el querer mantenernos ajenos a nuestra propia insignificancia. Los egos y los nombres; las brújulas y dictados del gusto. Me siento tentada a comprar uno de esos pen drive con música y descubrir qué catálogo esconde, cuál es el criterio de esta multitud de selectores anónimos que afloran por Yungay.
La voz no está localizada en ninguna parte, sino entre los instrumentos que permiten su emisión. La voz, si bien escapa del cuerpo, está arraigada a él: no hay voz sin cuerpo. Sin embargo, el sonido ignora la piel, no sabe de límites. No es interno ni externo. Ilocalizable. No puede ser tocado, pero puede percutirnos. Es un movimiento fugitivo.
“Tía, usted no es de aquí, ¿verdad?” Una sensación absurda se apoderó de mi cabeza. Lejos del automatismo, la respuesta parecía estar siendo elaborada a mano en el interior de mi cráneo. Llegué a ese colegio de casualidad, sin margen de contextualización más que el deseo de acompañar y conocer el trabajo que estaba haciendo el equipo de la Escuela Latinoamericana de Arte Sonoro con niños y niñas en diferentes comunidades y territorios. Tres días después de mi llegada ni siquiera sabía de la existencia de un colegio en Cerro Barón. Mucho menos lo que significaba «tía» en un espacio educativo.
“Sí, soy de Madrid, de España” a lo que siguió un “siempre he querido probar los dulces de España”. Cogí uno de aquellos tubos transparentes y empecé a susurrar una enumeración alta en calorías y grasas saturadas: torrijas, churros, sobaos, pestiños, roscón, ensaimada, miguelitos, buñuelos, filloas, rosquillas tontas, rosquillas listas, rosquillas de anís, huesitos de santo, crema catalana, arroz con leche, turrón y mazapán.
La semana siguiente comenzó el seminario de pedagogías y ecologías sonoras, Escuchar y Transformar, y recordé aquel rumor dulce canalizado por los tubos transparentes y flexibles que conectaban bocas a oídos. Durante esa semana utilizamos mucho los dispositivos tentaculares de escucha, sirvieron como desencadenantes de multitud de dinámicas y de apoyo para otras composiciones con más elementos. Busqué las diferencias entre el uso de los tentaculares en niñas, niños y adultos, pero no encontré ninguna brecha significativa. Nos sentíamos fascinados ante una tecnología tan sencilla y potente; queríamos formar parte de este sistema de transmisión.
Durante la cena, Jano nos contó que la escuela que visité fue un centro de detención y tortura en dictadura. Haciendo una dinámica de cartografía sonora del colegio se percató que, en una zona muy concreta del centro, los niños y niñas bajaban la voz. Al preguntar qué les ocurría, respondían con inquietud y misterio dejando caer que algo malo había pasado hace mucho tiempo. Un relato que se queda a la mitad y que pierde detalles por la erosión del tiempo, su abandono. Aprovechamos esta anécdota tan oscura para pensar cómo se podría trabajar para ahondar en estas problemáticas de lo que no se dice y se entrecorta. Aquello que no debe pronunciarse y los porqués. La memoria es, entre otras cosas, un asunto verbal, materia fónica, oral. Se mantiene viva por proximidad y alientos. Empezamos a debatir sobre estos asuntos e hicimos un desvío hacia el secreto. En el secreto no hay censura, no es una interrupción exógena, sino más bien un sistema de interdependencia. El secreto existe en tanto y en cuanto hay un otro a quién traspasarlo y protegerlo. Crea y fortalece el vínculo. Mientras lo que no debe decirse nos obliga a la rectitud, el secreto nos empuja a cierta inclinación; nos arrojamos al oído del otro, al cuerpo del otro, disponemos nuestra vulnerabilidad a través del murmullo y el susurro.
Una semana después, llegamos a aquella iglesia sin grandes expectativas, sólo a conocer más de cerca el instrumento que, por su diseño, generaba un sonido estéreo muy particular. El organista me preguntó qué quería de él. Es el punto de inflexión, la cuestión recurrente que aparece en casi todas mis visitas a los órganos. Al cabo de un rato, estábamos dentro del instrumento neumático: sacamos las maderas nobles de las consolas y pudimos contemplar todo el entramado de cañerías y fuelles. Los conectores de plomo deteriorados se ensamblaban con tubos de plástico, iguales a los utilizados para construir los dispositivos tentaculares de escucha en las escuelas. Casi tres horas después nos acercamos a recolocar las solapas de la consola, de algún modo era como vestir a alguien, ocultar su desnudez. El secreto es la parte del órgano que comprende el arca de viento con sus canales y válvulas, es el lugar en el que se apoyan los tubos. Frente a toda esa maraña de cañerías metálicas y plásticas, sujetando aquella tabla de roble a cuatro manos me murmuró: “Si te acercas mucho, ves cómo unos pasan encima de los otros, y se funden en un todo. Son como las venas y arterias del cuerpo, de un gran cuerpo”.
La última jornada del seminario estuvo a cargo de Ximena Alarcón. Nos pidió que pensáramos en un recuerdo feliz de la infancia y que le pusiéramos algunas palabras, algo breve, fugaz, poco meditado. Teníamos que pronunciarlo en voz alta de manera simultánea con el resto del grupo. En cuestión de segundos los fonemas chocaban entre sí. Una vez dentro del aquel murmullo loopeado en primera persona, Ximena nos pidió que fuéramos acogiendo y capturando las palabras de los participantes circundantes. Perdí la noción del tiempo en un vaivén fónico donde mis palabras, que eran mis recuerdos, que eran mi infancia, se volvieron las de todos. Las palabras de mis compañeros que eran sus recuerdos, que eran sus infancias, se cristalizaron en mi lengua.
Cómo convocar las imágenes de nuestro patrimonio emocional a través del sonido y la escucha. Vocalización. Glosolalia de lo minúsculo: mía alegría verde ser mágica exploro potrillo espárrago pimiento trota respiro olas caballo
mágica respiro alegría potrillo verde ser mía ser olas verde espárrago caballo espárrago ser.
Hace tiempo leí:
Enunciar: absolutamente, por completo –hacer palabras–.
Enunciación del alma: hablar con fuerza desde nuestra vulnerabilidad.
El viento siempre invoca a otras voces. Durante este mes se iban repitiendo ciertos consejos y guías, localizaciones indispensables para la escucha: Acantilados Federico Santa María, Playa Ancha y algunas quebradas a media tarde.
Estuvimos haciendo grabaciones en la zona de los acantilados, frente a un cementerio, bordeando la costa y esquivando los coches; nos colamos en zonas con acceso restringido, orientamos el resonador hacia el mar, lo escondimos dentro de una cañería mirando hacia un túnel, lo afirmamos al suelo ya que todo tambaleaba por la violencia del aire.
Llegamos a una zona cuyo camino estaba interrumpido por una montaña de peluches sucios. Una botella de coca cola esquizofrénica se agitaba por culpa del viento mientras Pablo intentaba capturar con su móvil la magia, tan absurda y pequeña, de aquel momento.
Pregunté y me dijo que aquello era La piedra feliz. En los ochenta dinamitaron la parte superior del promontorio para evitar los suicidios que ahí ocurrían con frecuencia. Quince años después, en la zona del puerto, abrieron un pub nocturno con el mismo nombre, un local que hoy se encuentra cerrado. Es innegable el magnetismo del humor oscuro que implicaba esa denominación; las confusiones y contradicciones a las que nos llevaba el modo de narrar, de nombrar las cosas.
En Salto y vacío, Diamela Eltit parte de un análisis sobre la escritura barroca y su estrecha relación con los momentos de crisis para detenerse en la histórica paradójica de La piedra feliz. Una leyenda suicida de la cultura porteña y reencarnada en un espacio del jolgorio, citando la fina relación entre fiesta, depresión y muerte. Con el talento que le caracteriza, Diamela comienza con Góngora, continúa con Valparaíso para finalizar reflexionando sobre naufragios personales, fracasos sociales y sus síntomas en la actualidad. El desplazamiento no es sólo de orden simbólico: del mar al mall, la tasa de suicidios en el Costanera Center, cordón económico del país, monumento a la objetualización de la vida y del libre mercado.
Pocos años antes de la llegada del Barroco, en un texto de 1542, se dice que el mundo menor es el mundo de los humanos, dividido en cuatro partes principales de donde vienen cuatro vientos, los cuales movilizan la tierra. Cada viento encarna cuatro pasiones principales que hay en cada uno de los hombres terrenales. Son gozo y tristeza, esperanza y temor.
Al terminar la jornada, Pablo me hizo partícipe de su agotamiento físico. Dijo, “el viento, este viento, cansa”.
TERCERA SEMANA
La tercera semana se escribe el plural. Anulamos la posibilidad de desenlace estos días. Nos centramos en expandir las cadencias, mantener todo lo posible un sonido sin esperar su final.
El tercer sábado del mes lo pasé en Quilpué. Jano y Max tenían una actividad con la Escuela, un taller corto para un grupo de niños y niñas en situaciones sociales complejas y vulnerables. El enclave elegido fue la Pirámide, una antigua discoteca con una estructura majestuosa, hoy ruina que corona la falda del cerro. Los clubes abandonados son contenedores de una nostalgia pegajosa: desencadenan una mixtura de fantasías y recuerdos propios y ajenos. Podría reconocer los diferentes espacios del club, una barra donde imaginaba el vaivén de las copas; una zona circular donde proyecté una gran pista de baile y gente muy apretada entre sí. Recordé mi particular Pirámide, aquel club en el que di la bienvenida a mi adolescencia y en otra Pirámide posterior, aquel proyecto educativo en el que aprendí a base de fracasar con los niños, con las expectativas adultocentristas, con instituciones escolares.
Volví a las ruinas triangulares de Quilpué. Grabé minutos de escucha con el resonador y me sorprendí ante los talentos del grupo para identificar aves por su canto. Pensamos juntas sobre la escucha como brújula: nos ayuda a orientarnos. Escuchamos nuestras respiraciones y cuchicheos. Identificamos las voces a lo lejos, la acción humana, como algo desagradable. Apareció la magia de los tentaculares. Me acerqué a preguntar a un grupo qué sonidos les estaban llamando la atención. Una chica, mirándome de arriba a abajo, me respondió con: “¿por qué hablas así de raro?”, sus compañeras contestan por mí: “porque es de España”. Utilicé el impacto como una oportunidad, aproveché para pedirle que me describiera cómo sonaba mi voz, cuáles eran esas rarezas acústicas. Anuló por completo mi estrategia con un “no sé, así, como fea”.
Empezamos a recoger en torno a la pista de baile abandonada y se escuchó un golpe seco a lo alto del cerro. Una de las niñas dijo que era una bala. Tenía ese don: sabía de aves y de armas aunque no quisimos creerlo. A los minutos dos personas bajaron corriendo por el cerro buscando auxilio. La niña, quitándose los cascos de los tentaculares, se me acercó diciendo “aunque no lo creas, soy una persona mayor”.
¿Qué se toma en cuenta para tener una voz? Valor. Ira. Amor. Algo que decir; alguien a quien decírselo; alguien que escuche.
Cuarto menguante 6 de octubre, a partir de las 15.48 horas. Luna nueva 14 de octubre, a partir de las 19.55 horas. Cuarto creciente, 22 de octubre, a partir de las 05.29 horas. Luna llena, 28 de octubre, a partir de las 22.24 horas.
Poco antes de aterrizar en Chile asistí a un juicio temporal en mi ciudad natal. El juez del Instituto del Tiempo Suspendido debía decidir si era una cronodelincuente acorde a su código civil. Para ello se me formularon diversas preguntas sobre mi relación con el tiempo. En muchas cosas era culpable, como el secuestro vital que implica trabajar o el haber formado parte de una tribu urbana (un delito menor). En un momento me consultaron si utilizaba sistemas de medición que transgredieron las violencias impuestas por un reloj de aguja. Les dije que sí con una seguridad inaudita: la luna, respondí. Creo que eso me salvó de un veredicto desfavorable.
En una de las visitas a uno de los órganos estuvimos hablando de la importancia de la reverberación con el organista. De algún modo, la carga comunicativa y expresiva del instrumento podría verse guillotinada por una cadencia seca, violenta. Es necesario tensionar los tiempos, jugar con las nociones y relaciones preestablecidas con él, testear sus límites. La catarsis debe ser lenta más que explosiva. El organista me dijo que lo más fácil para ello es expandir, estirar los finales. Le preguntamos cómo sería una pieza solo de finales, fantaseamos con una cadena de puros desenlaces.
En la musicología más tradicional los teóricos o analistas se han basado históricamente en metáforas de género y sexualidad en sus formulaciones. La más notable de estas –porque tiene sus raíces en la poesía tradicional– es aquella que clasifica los tipos de cadencias o cierres.
La edición de 1970 del Harvard Dictionary of Music incluye esta entrada:
Cadencia masculina, femenina. Una cadencia o cierre se denomina “masculina” si el último acorde o frase de una sección ocurre en el tiempo fuerte y se declara “femenina” si se pospone o cae en un tiempo débil. El cierre masculino debe considerarse como el normal, mientras que el femenino es el que se prefiere en estilos más románticos.
Los finales femeninos son eventos en términos de exceso, un final que rechaza el control hegemónico de la barra del compás.
Salimos del templo y ya es de noche. Miro al cielo: hoy hay luna llena.
1:09 [Música] 1:25 y es muy notable que este invento que 1:27 hicieron los chinos de intentar este 1:30 sonido de esta forma de celebrar el 1:33 sonido que tenga ese carácter que es 1:36 actúe de unas vendas de autonomía y 1:39 estéticamente ser irreductible por los 1:41 mismos gracias tubo sea o no escucháis 1:43 eso así 1:45 o no lo escucha no hay ninguna 1:47 enfermedad yo soy un imaginativo de 1:50 vivir de resistencia exacto de absoluta 1:54 resistencia y es una resistencia que no 1:56 es solamente por una razón estética sino 1:59 que es una estética afiliada a la vida 2:42 entra y sale entra y sale porque cuando 2:49 es como el bombeo de un corazón es como 2:51 un corazón colectivo 2:53 [Aplausos]
CUARTA SEMANA
El proyecto de toda exposición es disponer el abandono de algo en secreto. Eso es lo único que es posible decir (desplazar, esquivar, desembocar) en su desorden.
El registro de pajaritos se considera un adorno, como el de la gaita gallega; se usa con poca frecuencia, suele tocarse en las festividades de Pascua de Natividad, aunque se recomienda para acompañar aires sencillos de cantos populares, villancicos y pastorelas. Es un aparato hecho de un conducto de metal, en el cual se sueldan de tres a siete tubos puestos al revés de las demás cañerías del órgano. Su primera particularidad es que están soldadas a la inversa que el resto de registros: las puntas de los pies, arriba, soldadas al conducto que los lleva el viento; y las bocas hacia abajo, formando una línea recta. La segunda, es que no se trata de un dispositivo neumático sino que su sonido surge del contacto entre el viento y el agua: los tubos deben estar sobre la superficie de un depósito de metal o de barro cocido.
No consigo recordar cómo llegamos a hablar de los pajaritos. Le mostré un vídeo realizado meses atrás, en una iglesia de León, España. “Tienes que explicarle al organista de allá que le falta agua, que le falta humedad y por eso no suena bien, no suena a pájaro”, me respondió. Continuó diciendo que el órgano necesita humedad y un control de temperatura riguroso. Es un instrumento extremadamente sensible a los cambios de clima, dijo, “es un poco como nosotros, no respiramos igual en un lugar seco que en una zona húmeda”. Me llamó la atención la naturalidad de los paralelismos que aparecían en nuestro intercambio, donde el instrumento siempre remite a un ser vivo. Recuerdo anotar en el móvil, con discreción, intentando no romper el flujo de la conversación. Sentí verdadera felicidad al poder capturar esto: “la relación del órgano con el organista es personal, es un amigo que habla de maneras no convencionales”.
Pasaron las horas y la luz del día desapareció. Estaba tumbada entre los dos grandes cuerpos tubulares, resistiéndome a caer dormida. El tiempo se atasca y se disuelve en estos lugares. La mayoría de los intérpretes con los que he tenido contacto comparten un mismo sentir: cuando tocan en un espacio privado, fuera de la lógica del concierto, pierden la noción del tiempo, entran a otros espacios, sucumben a un estado meditativo que se aleja del discurso racional. Cuando conseguí levantarme de la alfombra, me quedé observando la imposibilidad de romper aquel momento de conexión mientras tocaba. En un momento, el músico volvió a mi mismo plano, sus manos pararon sobre los teclados y el sonido se fue difuminando entre las paredes del templo.
Comenzamos a recoger, a ensamblar todo lo desarmado durante esas horas. Me confesó, mientras me ponía la chaqueta, que en su juventud soñaba con un órgano muy particular. Un instrumento que no conocía en aquel momento, pero que, años después, encontró en otro país. La conversación es el vehículo del cambio. Ponemos a prueba nuestras ideas. Escuchamos nuestra propia voz junto con otras. Y en esas pausas de la escucha nos aproximamos a nuevos territorios del pensamiento. Es como un déjà vu, dijo. Una premonición, respondí.
Las palabras salen volando de nuestra boca como pájaros en peligro. Una vez liberados, puede que no regresen nunca. Si lo hacen es porque han elegido un hogar y los pájaros – palabras son ahora un ars poetica.
Don Chosto Ulloa, campesino de El Principal de Pirque, es cantor a lo divino. En 2003 Claudio Mercado realizó un corto documental en el que se conversa con él. A la mitad de metraje el cantor dice:
Me acuerdo que la última que aprendí fue también de un personaje que porque con esa persona que te digo que estaba aprendiendo, yo soñaba. Con una persona tocando guitarra y lo veía y al otro día le aprendía el toque yo, y le aprendía la afinación.
Una que persona llegaba y tocaba, la veía que tocaba una guitarra dorada muy bonita y lo veía como ponía los dedos, como afinaba, todo.
Al otro día pescaba la guitarra yo y hacía lo mismo. Como que era un profesor que tenía, que venía a enseñarme.
Y eso se lo conversé al cura, y el cura me dijo que era el diablo que me estaba turbando.
Y ahí tuve miedo. Veis que yo dejé la guitarra a un lado por eso.
No dejo de aplicar toda mi atención a los sonidos que me resulta difícil capturar. Toca materializar, dar forma a estas semanas, mirarlas de frente. «Logos» es un término que antiguamente significaba «colecta». Me inclino hacia la recogida de los frutos. Me permite entender este proceso como algo cíclico y mutable, que se gesta, se pudre y alimenta a la tierra de nuevo. La colecta, además, era un antiguo ritual, una oración que el sacerdote decía antes de la consagración. Dibujo, mapeo, escribo y edito los audios. Todo es un mismo gesto, un mismo movimiento de tamizado y renuncia a un archivo que se ha ido ensanchando a lo largo de este mes.
La composición en sala es mixtura, polifonía y codificación. Tomando la distancia de lo descriptivo sería algo así:
Cartografías – notaciones gráficas. Impresión digital 1 tinta. Dimensiones variables. 2023.
- 600 x 50 cm (1 ud.)
- 400 x 50 cm (1 ud.)
- 600 x 45 cm (2 ud.)
Resonador. Plomo y estaño. 20 cm alto / ø 8 cm. 1901.
Tubo de órgano. Plomo y estaño. 53 cm largo / ø 3,5 cm. 1901.
Instalación de audio 4 canales. 28:50 min. 2023.
Postal. Risografía 2 tintas. Edición de 100 ud. 2023.
Me muestra un resonador de estaño y plomo sobre el taburete. Esta mañana he estado utilizándolo, me dice mientras me lo entrega. Se utiliza en la música, pero antes los médicos lo ocupaban para auscultar a los pacientes. Pongo el cono metálico en mi oído y noto el murmullo de mi interlocutor al otro lado del metal. Los mecanismos internos del deseo se activan así, a través de un murmullo que te elige, que se proclama confiable.
“Mi nota favorita es Sol. Me da alegría”, sonríe. Antes de esa confesión le pedí que tocase dos temas: una improvisación en la que se divirtiera y se sintiera cómodo y, después, una pieza que nos permitiera grabar un tono sostenido. Aparece la confusión de dos idiomas distintos: la diferencia entre sostener una nota y mantener una nota.
Saca una pesa y la coloca sobre el pedal. Do. Me viene a la mente una ilustración de Franco Matticchio de varias piedras sobre el teclado de un piano. El sonido se va expandiendo por el espacio, es una sensación muy física que invade todo. Nos tumbamos alrededor del instrumento en un ejercicio de abandono coral. Todo vibra, pasamos a ser parte de la vibración. Este zumbido me lleva a sonidos que estaban ahí antes de la intervención del hombre y sonidos creados por ellos mismos: el pasado y el presente se disuelven, se sintonizan entre sí en un continuum. Seguimos tirados sobre el piso, desearía atesorar este momento, ampliarlo todo lo que estuviera en mi poder. Considero la relación del sonido con el tiempo no necesariamente desde la dualidad de lo eterno frente a lo fugaz, sino más bien desde la conciencia de la finitud. Una conciencia que no solo define parte del significado de ser humano, sino que se extiende al ámbito de lo no humano. Un encontrarse en la fragilidad de aquello que no es eterno; un gesto que atraviese el modo de relacionarnos con el entorno y los seres que lo componen.
Susana me recordó que la garganta es un instrumento.
Jan me recordó que el micrófono es un instrumento.
Rodrigo me recordó que el mixer es un instrumento.
Rey me recordó que el cuerpo y el archivo pueden ser la misma cosa.
Mi voz es también eso que olvidé.
CODA
Para llenar un hueco
Inserta aquello que lo ha causado
No puedes soldar un abismo
Con aire
- Los cueros: relevamiento topográfico de los últimos 1500 metros del arroyo antes que vaya a morir al mar. Eric Schierloh. La bola editora, 2014.
- El poema acecha en los intervalos. Nadia Prado. Bisturí 10, 2021.
- Un tweet de Salomé Voegelin en septiembre de 2023.
- Mirrors / Femininity / In bed / Forlorn with / Beat up / Cuts / Sadness / Guns / Wash clean shower / Pregnant / Strip clubs / City hall marriage / Pregnancy / Child / A man’s world / Body builders / Addicts / Guns / Summer days / Beat blur bikers / Tattoos / Morning light / Love / Men / Power and fragility / Punk heroin / Queens / Cocaine / Parties / Warhol and Herring / Beach and beer and sex / Hotel with mom and dad / Mother father baby daughter sister / Snow on graves. Una lista del orden de las imágenes de The Ballad of Sexual Dependency de Nan Goldin instalada en el MoMA en 2017. Cada iteración de la obra está ordenada de forma única. [+]
- Un manto ennegrecido / un vestido de segunda mano / de trapos e hilos, un atuendo / adecuado para quien se sienta y llora / por todas las fiestas de mañana. All Tomorrow’s Parties. The Velvet Underground & Nico, 1967.
- Tener. Robin Myers. Bisturí 10, 2021.
- Fragmento del prólogo de The Ballad of Sexual Dependency. Nan Goldin,1985.
- I Put a Spell On You. Nina Simone, 1965.
- El léxico del autor. Roland Barthes. Editorial Eterna Cadencia, 2023.
- Salto y vacío. Diamela Eltit, Revista Santiago, 2020. [+]
- Quinto abecedario espiritual. Francisco de Osuna.1527.
- Pirámides. Documental realizado por Pili Álvarez y Mercedes Álvarez sobre el proyecto homónimo del Colectivo El Banquete para el CA2M, 2017. [+]
- Cuando las mujeres fueron pájaros. Cincuenta y cuatro variaciones sobre la voz. Terry Tempest Williams. Jámpster editorial, 2021.
- Instituto del Tiempo Suspendido, impulsado por Raquel Friera y Xavier Bassas. [+]
- Cadencias femeninas: música, género y sexualidad. Susan McClary. Ediciones UAH, 2023.
- Transcripción de Sonido Rajado de Cecilia Vicuña (fragmento). Tiago Corp & dereojo comunicaciones, 2009.
- La exposición. Nathalie Léger. Editorial Acantilado, 2019.
- Don Chosto Ulloa, Guitarronero de Pirque. Claudio Mercado, 2003.
- El odio a la música. Pascal Quignard. Editorial Cuenco de plata, 2020.
- To fill a Gap (546). Emily Dickinson, 1863.
Durante octubre de 2023, la investigación Registro de vientos menores transitó por la ciudad de Valparaíso y fue posible gracias a todo el equipo de Tsonami Arte Sonoro (Javiera Garber, Joaquina Oróstica, Agnes Evseev, Alejandro Da Silva, Pablo Saavedra, Juan Hoppe, Rodrigo Ríos Zunino, Paula Castillo y Fernando Godoy). Mención especial a Pablo Saavedra por su inestimable acompañamiento, Juan Hoppe por su labor de registro audiovisual y Rodrigo Ríos Zunino por su ayuda con las grabaciones y ecualización en sala.
Parte de este proceso ha podido materializarse gracias a la generosa contribución de los organistas Rodrigo Brito Osorio y Christian Sundt, facilitando el acceso a los instrumentos, cediendo a las aparentes rarezas de mi metodología e interpretando diferentes piezas para el proyecto.
La edición de 100 postales fue impresa con el equipo de la Fábrika. Todos los textos de esta bitácora han sido revisados por la siempre mirada atenta de Roberto Santander.
Registro de vientos menores es un proyecto realizado con el apoyo del programa de ayudas a la creación y la movilidad del Ayuntamiento de Madrid.
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