LLEGAR
Recopilación de vivencias, ideas, pensamientos, momentos, sensaciones, sentimientos y estados durante la estancia en Valparaiso. Dos voces se mezclan aquí, el verde y el azul, el océano y la quebrada.
Cruzo el charco por primera vez para llegar a Valparaiso, acompañada de Diane. Destino: BASE, Residencia Tsonami. Sin apenas tiempo de despertar, los colores y sonidos de la ciudad me arrastran en un intenso tiempo presente lleno de estímulos y diferencias. Mi memoria trata de establecer paralelismos y encontrar referencias y hago el esfuerzo de no escuchar esa voz y dejarme absorber por el entorno, sin juicios. Pablo nos recoge en la estación y atravesamos en auto las calles repletas de mercado, gentío, colores y sonidos, apenas avanzamos 500 metros en 15 minutos. Pronto entramos en el cerro y comenzamos la subida hacia la que será nuestra casa durante el próximo mes de enero.
Valpo –así la llaman los locales– es una ciudad de subidas y bajadas, como ya nos advertía con cierto humor Joris Ivens en à Valparaiso –su famoso cortometraje documental sobre la ciudad, con texto de Chris Marker. Esta morfología es metáfora de mi psique en los primeros días acá. Mi cuerpo, necesitado de descanso después de un año muy activo, pide parar, dormir, letargo. Por otro lado, los oídos bien abiertos y excitados ante los nuevos paisajes. Impulsos de emprender la exploración luchando con la necesidad de parar. No se hace fácil la adaptación y paso días en esa diatriba y con algunos deadlines que atender. Ese ritmo, conocido por los artistas y agentes culturales, que nunca para y que a veces da la sensación de estrangulamiento. Mi alma atemorizada por un futuro incierto, ansiosa de vivir presente se refugia en el pasado con un mecanismo reflejo de huida y evitación. Me rechazo. Me muerdo los dedos.
Logro encontrar descanso y rutina. Siento cómo, de a poco, voy alcanzando balance y sintiéndome más en el sitio. El equipo de Tsonami nos cuida y se hacen familia: Pablo, Jano, Joaquina, Javiera, Juan, Agnes, Jorge, Rodrigo y Fernando. La residencia es un lugar de paz en la mañana y la noche, actividad divertida e intercambio colectivo durante el día, comidas en grupo y cafés en la terracita flotante del patio central. El océano se hace ver desde la ventana y es una imagen que me ocupa y me ubica (un poco). Con Diane, salimos a pasear y descubrir la morfología del lugar. Encontramos zumos naturales de frutilla y las ruinas de un templo marítimo a unos metros de la costa habitado por lobos marinos que emiten sonidos territoriales en breves e intensas luchas por su porción de suelo. Las olas golpean salvajemente sobre el espigón que retumba en frecuencias muy bajas dejando una huella de ruido blanco que llena mis oídos y vacía mi mente de pensamientos antiguos que no quieren más existir.

El marathon coche-bus-avión-bus-bus-coche se desarrolló sin contratiempos, sin enganches. El reloj avanzaba con gracia: mecánico y previsible. Hé dormido la mayor parte del vuelo con el cuello torcido: tortícolis y boca abierta, y con buena parte del espíritu que quedó en la tierra y llegará en unos días. Desperté justo a tiempo para ver amanecer sobre la cordillera de los Andes, enormes montañas rojas que ya parecen desembocar en un gran lago de niebla. Polvo marrón, piedras afiladas, sombras moradas: es color «fauve», color leonado, color de fiera. Al llegar a la estación de autobuses, Pablo de Tsonami nos recoge en coche – breve y larga travesía por el bullicioso y ruidoso mercado; en las mesas se apilan colinas de choclos, patatas, cebollas terrosas por media tonelada. El olor verde de las hojas de cilantro fluye por la calle, los colores se mezclan. En las aceras, las gaviotas arrancan la piel del pescado. Y casi debajo de cada barandilla, debajo de las escaleras, en cada rincón, un perro peludo parece estar observando, dispuesto a ladrar y seguir. Y también en cada rincón, un pequeño recipiente con agua para estos habitantes de la calle. ¿Valpo sería una ciudad de perros?
Más tarde, en la caleta Portales, al norte del barrio donde vivimos, decenas de perros juegan, corretean en la arena, ríen y a veces en jaurías serias. De repente, al ponerse el sol, aparece galopando un pequeño caballo castaño montado por un cowboy (después me dijeron amigxs, que aquí se llama huaso, y en Argentina, gaucho). Silueta icónica en el cielo gris sucio sobre el puerto industrial. Los perros abandonan sus juegos y salen tras ellos, mostrando los dientes, colmillos-lenguas-gruñidos, tratando de morder las patas del caballo, que no se asusta ante las salpicaduras de arena y los ladridos. Los caballos que he conocido sin duda habrían dado vueltas, arrojando al suelo a su jinete (yo) y huyendo como el viento. Pero este jinete está sentado pesadamente en su silla de cuero, bien echado hacia atrás, con la cara roja bajo el sombrero. Dominio completo entre especies: el estribo confiere a un hombre la fuerza de un caballo. Se dan la vuelta, seguidos por la jauría de perros, y regresan a la nada de donde vinieron. …pero ¿De dónde vinieron?
ENTRAR
Este viaje es renovación, es nuevo ciclo, es silencio, es mandar al carajo al viejo patrón que sigue increpando y seguirá molestando, pero cada vez con el volumen más bajo hasta casi desaparecer para dejar emerger la constelación completa, la nueva fase, el sol hacia su ascendente y la vuelta a la luna en otro formato. Hoy siento la fuerza del trece, de lo que no tiene nombre y se transforma y los dedos corretean por el teclado para reflejar con retardo la luz de mis pensamientos. Por fin el momento de escribir sin tiempo, de mirar a la pared esperando que la claridad llegué y se conecte con la escritura, tan olvidada aliada entre tanta ocupación.
Entiendo una residencia artística como un cobijo, un abrigo, como una cueva primitiva donde encontrarte de nuevo con el niño, con el juego; un lugar seguro donde poder errar. Y es también un espacio para el miedo, el vacío y el enfrentarte con las dudas creativas y las paradojas de la práctica artística. Tsonami es todo esto para mi.
Valpo, Chile, Sudamérica, un lugar al que tanto había deseado venir y a la vez tan desafiante. Aún confiando en mi actitud de respeto y amor, me inquieta cómo bailar mi máscara de europeo. Imposible no plantearse una práctica que dialogue con lo de-colonial en los tiempos que corren y bajo la intelectualizada mirada de Europa. Esto me hace sentir presión, también mucha responsabilidad y, tanto proceso reflexivo, me frena, me pesa, me espesa. Sinceramente, mi de-colonialismo es más intuitivo que teórico. Houria Bouteldja me mostró con sus palabras cómo opera la culpabilidad y el victimismo y cómo el amor (revolucionario) es la herramienta clave para deconstruir los roles. Actuar desde la empatía, debiendo cada persona encontrar su forma de trabajar en ello. Esta reflexión está muy presente en mi metodología y acompaña cualquier acción artística o, más bien, cualquier acción.
Este país tiene una historia reciente muy fuerte que para mí se hace muy presente tras haber visto las películas de Patricio Guzman, que han quedado en mi memoria de forma inevitable. Una historia a la que no puedo no mirar. Sobrecogido por esta información me planteo cómo quedará fijada en la obra sin que sea explícito. Mi observación es desde ahí, mi sentimiento está ahí en parte. No quiero un texto que hable de ello, o si, pero no quiero profundizar en esa investigación ni remover información. No soy la persona, no soy de aquí. Mi presencia aquí es des-ubicada, es aproximativa, todavía distante, lo que por otro lado, me acerca a lo poético como lenguaje más afín.
Antes de venir, como parte de nuestro proyecto presentado a Tsonami, escribimos el siguiente párrafo, que sigue muy vigente en nuestras conciencias:
“Como personas extranjeras y europeas, la manera en la que nos relacionamos con el entorno es crucial para entender nuestra presencia más allá de la apropiación, el intrusismo y la asunción. Proponemos la contemplación, escuchar y grabar en diferentes lugares y momentos del día, dando prioridad a las grabaciones consensuadas, atentas y de larga duración para vincularnos más profundamente con el territorio y su comunidad.”
En cuanto a los resultados que voy observando a medida que pasan los días, empiezo a ver un proyecto de memoria personal, el collage sonoro como estética del viaje, la colección de sonidos superpuestos y ordenados temporalmente que van apareciendo como le aparecen a los oídos de quien anda y va atravesando mundos. Una composición a modo de diario sintetizado. Y para acompañar esto, esta bitácora es un buen complemento textual y visual que sirve como diario de práctica artística y reflexión personal incluso estado psicológico porque, para mí, la práctica artística va íntimamente ligada a mi estado emocional.

Busco un itinerario. El mapa me identifica como un punto acá, en BASE, y después de muchas líneas y áreas de diferentes colores, el otro punto al que estoy tratando de llegar. Subestimo la duración del viaje, no conozco los autobuses, tomo sucesivamente el 506, 507, 508 cuando debería tomar el 520. Tengo la cabeza llena de fiebre, y llego a una colina llena de nubes, más allá de Playa Ancha. En la niebla todo desaparece. Un grupo de música ensaya canciones a lo lejos, las percusiones ondean en el viento gris. Se mezclan distancias y orígenes. Huyo, línea de fuga, me dejo caer desde lo alto del cerro hasta el océano, fin de línea, fin de la ciudad, fin del continente. Noto los momentos en los cuales se cansa la mente de navegar en oscilaciones, y este es uno. El cuerpo sigue temblando, baja presión. Sara Ahmed nos recuerda que los momentos de desorientación son vitales:
Un momento no sigue a otro, como una secuencia de datos espaciales que se despliega como momentos de tiempo. Son momentos en los que se pierde la perspectiva, pero la “pérdida” en sí no es un vacío ni una espera; es un objeto, lleno de presencia (Ahmed 2006).
Un gran bulevar vacío junto a los acantilados, nuevo, el asfalto brilla. Ningún carro. Sólo el canto de las olas batiendo las rocas, invisibles en la niebla. Entro a un cementerio. Largos edificios yacen sobre la hierba. Flores de plástico y copas multicolores que giran con el viento. Tantas tumbas. En una escalera de cemento se lee:
están en algún sitio, sordos, buscándose, buscándonos,
ordenando sueños, sus olvidos, convalecientes de su muerte,
están en algún sitio, nube o tumba, estoy seguro
al Sur del Alma
La amiga Mélanie Garland, que creció acá (en Concon) pero vive allá (en Berlín), señala que en sus investigaciones acá, la gente le habla mucho de esperanza. Pase lo que pase, no saben que mañana les va dar, nos dice. Estamos sentadas en los terrenos del Parque Cultural, una antigua cárcel de Valparaíso tomada por los habitantes, y que fue uno de los puntos destacados de la revolución de 2019. Sin duda, hay secretos, penas, personas desaparecidas que flotan por toda la ciudad. Y sin embargo siento acá una cierta alegría de vivir, ganas de reír, de charlar en las esquinas. El viento lleva fragmentos de voces tranquilas, sonrientes y muy vivas. Hablamos de descolonización, de resistencia, del patriarcado al pie de la Avenida Ecuador –que es un viaje sonoro increíble dado que cada bar, cada tienda, cada rinconcito impulsa su música–, mil variaciones de reggaeton, cumbia electrónica, rock alternativo. En el patio resuenan las conversaciones de vecinxs, amigxs, relaciones, y también tratan de respeto, de cambiar los sistemas jerárquicos, encontrar formas, grandes y pequeñas, de impactar la justicia social.
…y no olviden darle de comer a los gatos cuando voy a Santiago este finde…
voz en el patio
palabras que resuenan
dándome vida
SEGUIR
El proyecto que hemos propuesto a Tsonami, hace ya mucho tiempo (Marzo 2023!), estaba descrito así:
Considerando la ciudad como un organismo, nuestro proyecto plantea una investigación site-specific que combina lo sonoro, lo urbanístico y lo poético, centrada en la zona de la Quebrada de Los Placeres que cruza la ciudad desde la colinas en el sureste hasta la playa Caleta Portales. Un lugar que te lanza sobre una escucha social. Se observan contrastes fuertes que levantan nuestro interés sonoro: desde los primeros asentamientos en forma de pequeñas casas humildes y expontáneas hasta los recientes rascacielos, con un cauce que serpentea entre la vegetacion en el fondo del valle. El cemento, la fauna y flora co-evolucionan, se intuye una gran diversidad en las poblaciones “placerinas” humanas y no-humanas. Queremos desarrollar una cartografía sonora de este lugar interseccional, donde los entornos planificados y el pensamiento estructurado se diluyen. Un “no-lugar” que oscila entre lo formal y lo informal, geográfico y psicológico, urbano y salvaje.
La lengua con la que aquí nos comunicamos a diario es el castellano: un estándar, que ha sustituido a muchos otros lenguajes, ha sustituido formas de pensar, que unifica y borra diferencias, en nombre de la Nación. Hablo castellano no tan mal, pero muchas veces la gente habla rápido y la semántica desaparece. Pero el lenguaje debería ser maleable.
Por ejemplo, un ensayo de José Pérez de Arce nos recuerda los patrones de colonización de la lengua, el cuerpo, el pensamiento, los individuos y los grupos, y señala que podríamos escribir lenguas con la misma facilidad como las escuchamos, en lugar de seguir las reglas estériles de cualquier Academia heredada de las monarquías europeas:
Pensamos ke escuchamos lo ke oímos, pero no sólo escuchamos sonidos, sino las ideas ke nos recuerdan esos sonidos, como con la escritura, i escuchamos con el cuerpo, el espacio, los otros yo, con la comunidad y mas allá, con el paisaje. (Arce 2023)
En cambio, escucho el canto de voces, las entonaciones, las quejas, las melodías que suben y bajan por los cerros de la ciudad al menos en la misma medida. Liberar el modo analítico y preciso del lenguaje, para entrar en algo «peludo», es decir: capaz de establecer muchos pequeños vínculos con todo nuestro entorno.

Primera visita a la Quebrada, atravesando las angulosas y empinadas calles del Cerro Barón, encontramos diferentes accesos a la zona verde. Entramos por uno, salimos por otro, entre medias escalas y pasadizos, ramas salvajes, perros que ladran y basuras. encontramos otro acceso, no tiene salida, vuelta atrás, subida pronunciada, corazón en la mano y la sensibilidad abriéndose a la nueva experiencia fuera del tiempo. Al cabo de la calle Campoamor, que baja en picado hacia el abismo, encontramos a Cindy apoyada en el quitamiedos, una habitante del lugar que se ofrece a mostrar cómo llegar al cauce de agua y avanzar ‘río arriba’. Nos adentramos con ella que iba acompañando el paseo con una improvisada narración de memorias personales. Ella vivió acá, en dos casas diferentes, durante la crianza de sus cinco hijos.


FLUIR
Dias después, volvimos a la quebrada por nuestra cuenta, visitamos una explanada que nos enseñó Cindy, ‘la cancha’, un lugar abierto y tranquilo en medio del valle. La misión era colocar una stream-box, cajita dotada de micrófonos y un sistema de transmisión que dejamos instalada hasta el fin de su batería (unos dos días).
Streamboxes, o MobileMics, son herramientas que permiten, para decirlo de una manera infantil pero muy relevante, «dejar una oreja en un lugar». Dos pequeños micrófonos hechos a mano conectados a una pequeña tarjeta de sonido Raspi, un módem 4G con tarjeta SIM local y una batería como las que se utilizan para recargar teléfonos móviles. Las hacen amigos de Radio Aporee con el proyecto Radio.Earth, pero sé que este sistema fue hecho por muchos grupos aficionados de radio.

Imagínate! La posibilidad de emitir un corriente de sonidos remotamente, mantener una conexión constante con un otro sitio por la escucha. Así se pueden juxtaponer las posibilidades de escuchas. La práctica también viene con su mundo de conflictos y paradojas, empezando, por ejemplo, con el hecho de dejar micrófonos en sitios sin avisar a la gente que pasa, que puedan ser escuchados. ¿Y quién soy yo entonces que escucha? No se trata de engañar al positivismo y de pretender que los sonidos existen del mismo modo para todos. Dejamos el streambox al fundo de la Quebrada, y más tarde en la noche escuchamos en vivo en casa (casi: unos 6 segundos de retraso). En esta escucha surgen muchos seres. Pequeños sonidos de alas, cantos, clics de sonar, algo escabulléndose entre la hierba seca y, siempre, el murmullo constante del arroyo. Algunxs amigxs también escuchan y se preguntan qué son estos animales. No lo sabemos, y a mi me intriga el tipo de pulpo digital que parece emerger, con sus tentáculos que unen la Quebrada de los Placeres, la BASE en Cerro Barón, unos departamentos en el frío y gris Berlín de enero, y un par de orejas más en Barcelona. Chattopadhyay tal vez se referiría a esto como un evento “postdigital”, en el que nos movemos a través de interacciones sonoras en múltiples lugares. Estas ubicaciones superpuestas tienden a no ser fijas y evolucionar en lugar de tener una estructura concreta:
A medida que mis movimientos nómadas se intensifican, no puedo relacionarme con un lugar al mismo tiempo; mi sentido de “arraigamiento” se disuelve en un nomadismo perpetuo mediante la interacción sonora itinerante con lugares semiconocidos y/o desconocidos y pseudolugares percibidos en la mente. (Chattopadhyay 2014)
De estas sesiones de streaming (¿cómo traducir esta palabra: corriente? ¿río, arroyo, fluxo, torrente, chorro, oleada…?) podemos obtener largas grabaciones, que siempre me fascinan un poco, sobre todo cuando podemos acelerar o ralentizar el tiempo y transformar la escala. Estamos escuchando medios, por supuesto: grabados, alterados, modificados e interpretados. Todo este proceso es una especie de hibridación que permite romper la ilusión de verdad que a veces puede aparecer en las grabaciones de campo. Es esto que nos interesa aquí: jugando con sonidos que podrían resultar familiares, pero que se distorsionan en una dimensión que no es fácil o común de distorsionar: el sentido del tiempo. Incluso las especies cercanas que han evolucionado cerca de los humanos durante miles de años, como los perros, tienen diferentes rangos de audición y umbrales de percepción. El canto de un pájaro puede tener otros colores y otros movimientos para otros oídos.
Nos interesan sobretodo tres sitios de la quebrada:
• La cancha, un lugar escondido en la parte mediana de la quebrada que nos mostró Cindy y que parece destinado al uso público para el juego y la reunión.
• Cabriteria, una zona verde bien arriba cerca de Rodelillo, donde un grupo de ecologistas lucha por restaurar el bosque de árboles nativos, y donde nos adentramos gracias al conocimiento del biólogo, activista y poeta Leo Torres Ercilla.
• La desembocadura, a pie de playa, devorada por un reciente condominio y atrapada entre la autopista de la avenida España y las vías del tren del Metro regional.
Cada uno de estos espacios nos proporciona una mirada y una forma diferente de relacionarnos con el entorno: en la parte alta, Cabritería, la espesura del bosque y lo profundo de la quebrada nos invita a la contemplación, al silencio, a la escucha profunda y casi mística de los sonidos antigüos que han sobrevivido a la urbanización y a la conversación con Leo, que casi siempre acaba en filosófica, pero contiene un alto grado de ciencia y conocimiento histórico del medio. La cancha es un lugar más social y vecinal donde la escucha de lo natural se mezcla con el ruido humano cotidiano, voces, radios, coches… al que acompañan los perros siempre muy presentes. La desembocadura es un lugar feo, oscuro y triste, sobretodo en la zona de edificios donde el el chorrillo transcurre oculto y mudo bajo el asfalto, apenas audible a través de una reja de desagüe junto a la parada de bus. Más abajo lo volvemos a encontrar en un tunel que, aunque aún feo, al menos es misterioso y acompaña el bonito momento de unión de las aguas dulces y saladas.
IR MÁS RÁPIDO / MÁS LENTO
Una primera técnica consiste en acelerar grabaciones muy largas, sin cambiar el tono. Acelerar la velocidad de reproducción es facilitado por el tratamiento digital del sonido que nos permite conservar las grabaciones adentro del espectro audible para los humanos. Una línea de escucha nos conecta con un árbol Eucalyptus Regnans que se encuentra en la Cancha de la Quebrada (un árbol que no existía en Abya Yala antes del siglo XVII). Nosotros, pequeños humanos, corremos a través de la quebrada, sonando como pequeñas criaturas hiperactivas, moviendo algunas partículas, pero solo una mota de polvo en el transcurso de una tarde. A continuación se muestra un ejemplo de una grabación de seis horas acelerada diez veces, tomada desde las 18:00 hora local hasta la medianoche.
De aproximadamente 360 minutos registrados, llegamos a 36 minutos, y cada hora dura seis minutos en lugar de 60. Sentimos la actividad al final del día, el rush hour en la ciudad, el coro de pájaros, todo el mundo ocupado a cerrar su día. Estos acontecimientos suelen ser apenas perceptibles. Notamos el cambio «sólo después de que ha llegado», para citar a la compositora y maestra de drones Eliane Radigue, quien describió sus piezas Trilogies de la Mort como una forma de transformar poco a poco un triángulo en una montaña (Radigue & Eckhardt 2024). Se oyen las profundidades de la noche, la maravilla del almanecer, el vacío de la mañanas largas. ¿Qué escuchas? ¿Te imaginas viajar durante el día 10 veces más rápido?
Escuche a «Diane» y a «Selu» charlando cerca al micrófono, en los primeros minutos de la grabación. Hay vocalizaciones de grupos de «pájaros», entre las 4’00 y las 6’00. Alguna nave extraterrestre, o tal vez simplemente una motocicleta, pasa a toda velocidad a las 14’20. En el minuto 19’00, que corresponde aproximadamente a las 21h15 «en tiempo real», tenemos la sensación del coro del crepúsculo donde muchas criaturas aviares vocalizan mientras la luz del sol se aleja. Luego vienen sonidos mas nocturnos, ladridos de perros, etc.

Del inicio hasta 1’00, se reproduce en velocidad «normal». De 1’00 hasta 3’00, se reproduce el mismo trozo a media velocidad. De 3’00 hasta 7’00 se reproduce, se reproduce a quarta velocidad. Que escuchamos cuando ralentizamos // encogemos nuestra cuerpo?

ESCUCHAR
Una tarde en la cancha, cerca de la hora mágica, cuando la luz empieza a bajar más rápido y los colores empiezan a hacerse más vivos y luego a apagarse, tomando sonidos e imágenes, emergieron algunas acciones sonoras y corporales. Encontramos cierto sentido en intervenir el paisaje con movimientos y sonidos. Una flauta de Pan de juguete nos encontró y la utilicé para hacer un sólo de flauta estridente y desafinada sobre el paisaje verdoso y terroso. Diane se encontró en un lento caminar delante de la cámara, tardando unos veinte minutos en recorrer unos 10 metros de trayecto hasta salir del plano.
Se trata de una forma muy directa y personal de ralentizar el tiempo, tomar conciencia del terreno que pisas y dejar que el resto de la ciudad acelere. Repetimos esta técnica muchas veces a lo largo de las semanas, a menudo filmándola cuando el día terminaba y el cielo se oscurecía. En este tejido diferente del tiempo las relaciones evolucionan, especialmente en la Quebrada donde hay tanto eco y tanta dinámica entre los dos lados del barranco. Un perro iniciará una llamada en un lado, hará ping-pong entre los dos lados durante un rato y se calmará. Se escucha todo el recorrido de la Micro que va cuesta arriba con un fuerte estruendo hasta llegar a Rodellilo. Los pájaros vuelan sobre tu cabeza en sus bailes ligeros y rápidos. El viento mueve la tela de tu ropa y sientes el principio y el final de esa brisa.
Esta práctica también generó algunos encuentros especiales. Una tarde estábamos encima de la Quebrada a un lado del barrio de Placeres. Comenzamos la práctica: Selu caminaba y Diane filmaba. Luego de unos momentos, una familia salió de las casas cercanas; parecían agitados, los padres hablaban en voz alta, alguna discusión. Pasaron junto a nosotros y realmente no se dieron cuenta, pero cuando llegaron a su auto, parecía que habían notado este extraño comportamiento. Luego, se sentaron en el auto y todos siguieron mirando, en silencio, durante un largo rato. Muy calmado. Después de un rato, el padre llamó y preguntó qué estábamos haciendo.
«Es sorprendente –dijo, señalando a Selu que estaba aproximadamente a la mitad de su trayectoria–. Parece un tipo de estatua…»

Escuchar la quebrada es muy agradable, la ciudad está presente muy de fondo y las presencias predominantes son aves, perros y el arroyo. Es una escucha muy social y política. Este espacio de bajo ruido en el medio de la ciudad significa pocos recursos y baja economía.
De vuelta a casa encontramos a Yessi. Con ella la conversación fluye muy bien y hay algo muy familiar en su trato, es muy hospitalaria con nosotras. Entre otras cosas, nos cuenta sobre su amistad y familiaridad con los perros. Desde hace más de diez años cuida de perros callejeros, son su familia – nos cuenta –. Inventa nombres para ellos y cuando mueren, lo siente como si fueran sus hermanos, entonces los entierra en el patio de su casa, tiene un cementerio de animales. Esta historia se me repite en la cabeza desde que la escuché.
Me siento bien cuando grabo espacios, territorios, naturalezas orgánicas o inorgánicas, animales, plantas, rocas, hierros, arquitecturas, vestigios de la civilización, calles, autos, aparatos… cualquier cosa sin presencia humana. Cuando aparece la voz o la acción humana hay otra relación con el trabajo. Ambas situaciones implican cuidado y atención, empatía y respeto, sentimiento de unidad. Pero con les humanes siento algo muy pesado, como de culpa extractivista que no me deja tranquilo. La mayoría de las grabaciones que hacemos son consensuadas, a excepción de algunas más espontáneas en las que aparecen voces de fondo que no son el foco de la toma. Aún así siempre hay una sensación extraña en el uso de voces. Con lo no-humano siento establecerse un pacto de respeto y empatía. Como si la tierra supiera que mi intención es linda y me diera su bendición para hacer lo que hago. Yo le pido permiso. Mi conciencia antropocéntrica está tranquila.
Ahora estamos recopilando algunas de las grabaciones que hicimos, en una lista de reproducción disponible en los mapas de código abierto de Aporee. Los archivos son de uso gratuito para fines no comerciales. ¡Haga clic aquí para la lista completa, o explora una selección abajo!
SENTIR

Los días que entramos al parque cabritería con el biologista, guía y poeta Leo Torres Ercilla son inspiradores. Su acompañamiento y su sabiduría le dan un valor a estas caminatas, poder reconocer las plantas y saber de las historias políticas mediombientales y sus iniciativas activistas nos ubican mucho en el lugar además de conectarnos mucho con la naturaleza por la visión poética que él le da a todo. Diane coloca los dispositivos de escucha digital, va dejando orejas por los bosques. Mientras Leo y yo contemplamos el silencio y cómo oscurece. En la oscuridad escuchamos los aleteos de las palmas nativas y el crujir de los árboles. Encontramos un tubo de soterramiento de aguas, estaba vacío y entramos, el sonido se vuelve reverberante y redondo, comenzamos a explorar el sonido con las voces, cantando armónicos y comprobando cuánto cambia el sonido al cambiar de posición las orejas. Alcanzamos puntos de resonancia extrema donde parece que el sonido te envuelve por completo creando una esfera alrededor de la cabeza. Tan sólo desplazando la posición un milímetro, todo cambia.

Imagenes de paisaje y especies del parque Cabritería
















CONTINUAR
Sabíamos que el proyecto era abierto, sin posible final o resultado, pero como sucede normalmente y ante una atenta insistencia de nuestro curador, fuimos dando forma a una posible presentación. Con los sonidos recopilados, todos de duraciones largas, tratamos de hacer el brutal gesto de cortar trozos que nos gustaban más que otros. ¿Tiene sentido hacer curaduría de lo real aunque ya no sea real si es que alguna vez lo fue? ¿qué significa seleccionar fragmentos de lo fragmentado? Sinceramente esto se me da muy bien y en el fondo me gusta hacerlo aunque me duela al mismo tiempo y me duela también reconocerlo. También teníamos los dictáfonos de Diane, collages sonoros urbanos que recogían sonidos muy aleatorios normalmente con un tinte de interés antropológico. Con unas cadenas de efectos y algunas fuentes de sonidos como radios, micrófonos piezo eléctricos enganchados a trozos de madera y hierro, un hidrófono en un bol de agua y las voces de diane, armamos un set de directo. Los audios de la streambox sonaban por la ventana de la oficina, hacia la calle mediante unas bocinas old-school a la misma hora en que fueron grabadas la semana anterior. Ocho piezas de vídeo grabadas en la hora mágica, colocadas en dos tablets con auriculares y una colección de objetos míticos que nos encontraron en la quebrada y trajimos con nosotras hasta la BASE para disponerlas de manera expositiva…
Después de un mes, la residencia en Valparaíso estaba llegando a su fin y nos preparábamos para realizar un pequeño concierto y muestra, cuando los terribles incendios forestales comenzaron a arrasar las colinas de Viña del Mar, diezmando cientos de hectáreas de bosque nativo. De hecho, era el día del concierto (1.2.2024: una fecha demasiada binaria?). Un viento duro y seco en las calles agitaba las hojas y latas de las calles en una danza macabra. Una enorme nube de humo comenzó a llenar el horizonte, una nube extraña, espesa, de color naranja y gris oscuro.
Todavía no sabíamos mucho de lo que luego fue tremenda catástrofe que se alargó por dias. Mientras tratábamos de entender lo que sucedía, un ‘pequeño’ temblor de tierra para acompañar la incertidumbre. En esos momentos lo que es importante es estar con gente y vincularse ante la hecatombe…
Se cortó la luz en toda la ciudad, así que con los amig@s que se habían reunido, simplemente tuvimos una charla sobre lo que ha significado para nosotr@s escuchar, cómo abordar el viaje y la escucha como un@ outsider, cómo seguir honrando la ciudad como organismo vivo en este momento de tension. Estamos tratando de un ecosistema abierto y limitado que no concierne sólo a lo «urbano», y que ciertamente no se limita a las fronteras administrativas. Escuchar junt@s entonces, escuchar al social y al climático, escuchar este viento de mal augurio.
Así estuvimos y compartimos algunos apuntes sobre nuestro proceso sentadas en círculo sobre el piso. Sentí un cierto alivio por el hecho de no mostrar y también mucha emoción ante el momento distópico y profundo.





En los días posteriores a la no-presentación, con cierta nostalgia auditiva y cuando hubo vuelto la luz, decidimos hacer el concierto y transmitirlo en vivo a través de la Streambox y grabarlo. Fernando vino a escucharnos y con la excusa se convocó a varixs amigxs (Wissam y Ximena acudieron) para una sesión de improvisación, charla y despedida en estados algo alterados (por la música sobretodo).
Posteriormente un extracto del concierto fue publicado por nuestros amigues de nomadicArt Radio, una plataforma de audio-difusión basada en Berlín, interesada en nuevas formas de grabar barrios, urbanismo y experiencias migratorias. Curada por Melanie Garland, Pia Achternkamp y Jana Doudova.
¡Puedes escucharlo aquí !
Pensamos que esta serie de experimentos (escuchas a distancia, paseos lentos, conversaciones con residentes, paseos de escucha, grabaciones largas, etc.) no quiere ni puede convertirse realmente en un «Proyecto»: no tiene una autoría clara, al final los resultados no son objetos comercializables, y el tema no se puede resumir fácilmente. Es más bien una multitud de pequeñas entidades que forman un cuerpo colectivo: su fuerza proviene de la pertenencia a una entidad más grande, sensible y coordinada. Por eso debería tener un título que no lo es realmente, una especie de tropiezo, una especie de vacilación, una especie de «minoría» en la lengua. No existe una forma «correcta» de hacer un Tartamudeo, simplemente intenta escuchar y sigue intentándolo.
REFERENCIAS
Houria Bouteldja, Los blancos, los judíos y nosotros: hacia una política del amor revolucionario, Ediciones Akal México, 2017.
Sara Ahmed, Queer Phenomenology: Orientations, Objects, Others, Duke University Press, 2006.
José Perez de Arce, “¿Escuchamos lo ke oimos?”, Aural #5: Decolonizar la Escucha, Tsonami Ediciones, Septiembre 2023.
Budhaditya Chattopadhyay “Object-Disoriented Sound: Listening in the Post-Digital Condition.” APRJA: A Peer-Reviewed Journal About, 2014.
Maud W. Gleason, Making Men: Sophists and Self-Presentation in Ancient Rome, Princeton University Press, 1994.
Kalevi Kull, «Umwelt». In The Routledge Companion to Semiotics, ed. Paul Cobley, Routledge, 2010.
Eliane Radigue, Julia Eckhardt. Espaces Intermédiaires, Presses du Réel, 2024.
Alexandra Suppes. «Gender, Power and the Human Voice». In The Exercise of Power in Communication: Devices, Reception and Reaction, ed. Rainer Schulze and Hanna Pishwa, Palgrave McMillan, 2015.
Eduardo Viveiros de Castro, Metafísicas Caníbales: Líneas de Antropología Postestructural, Katz Ediciones, 2010.
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