Tácticas contra el paisaje

ARTISTA
Leonello Zambón

Como un zapato bonito pero que en largas caminatas nos dejará los pies ampollados, la idea de paisaje y, sobre todo, la de paisaje sonoro, no me termina de calzar bien. Estas notas son una declaración abierta contra el paisaje. Por supuesto, como toda negativa, no es más que una afirmación en otra dirección: a favor del fuera de campo. Es una incitación a dejar de ver y escuchar paisajísticamente para prestar atención a los flujos, más o menos perceptibles, que formatean el paisaje. Los territorios forman parte de una hipermáquina tecno-socio-natural-económica. Esto no es ninguna novedad. Si nos proponemos no depender de una o dos megacorporaciones tecnológicas, es necesario liberar el acceso y uso de los códigos de construcción y programación. De la misma manera es imprescindible acceder al código fuente del paisaje para comenzar a imaginar y practicar otro tipo de vínculos con el territorio que habitamos. Dejando entrar en cuadro lo que hay que ver y ubicando en el punto ciego del terreno los andamiajes, el paisaje nos ofrece una idealización y, al mismo tiempo, impone un programa y un destino. Perder el tiempo escuchando el viento ya no es una pérdida de tiempo. Es un aprendizaje-con el viento sobre ese fuera de campo que modela el paisaje.

El ojo del paisaje

 

I. Horizonte

Según Wikipedia el horizonte es la línea que aparentemente separa el cielo y la tierra. La palabra deriva del francés antiguo orizon, y este, vía latín, del griego ὁρίζων (horízōn) y ὅρος (hóros, “límite”). Mirar siempre implica tomar posición. Para cambiar el punto de vista es necesario modificar la posición relativa del observador con el objeto observado. Pero si lo que miramos es el horizonte y nos desplazamos hacia adelante, está claro que no podremos aproximarnos y contemplar los detalles. Siempre existirá una distancia entre el observador y el horizonte, que se corresponde con la curvatura de la Tierra. Al mirar un objeto cualquiera podemos acercarnos y alejarnos, desplazarnos alrededor. El horizonte, literalmente, está en el borde, en una zona limítrofe de lo visible. Este caso aparentemente particular y específico es el que organizó nuestra forma de ver. No sólo en la construcción de representaciones técnicas (como la perspectiva, con sus líneas estructurales, puntos de fuga y posición del observador) sino en la manera en que observamos desprevenidamente la realidad. Mirar es tomar posición y delimitar. Pero para poder establecer límites y reconocer formas entre el magma destellante de lo visible es necesario saber qué es lo que habremos de delimitar. Podemos ver el horizonte porque es, antes que una imagen, una idea. En cierto sentido, y en contradicción con nuestro optimismo óptico, es imposible ver lo que no conocemos.

II. La invención de la naturaleza

Si hago el esfuerzo de rastrear quienes diseñaron el lenguaje de programación que codificó mi manera de entender la Naturaleza, no puedo pasar por alto a Humboldt. Y no es que yo sea un bicho raro. Existe un inconsciente colectivo colonizado por el romanticismo científico. Durante el famoso viaje que Humboldt hizo a América del Sur se ocupó principalmente de dos cosas: hacer listas y confeccionar cuadros. Listas para establecer categorías, ordenar mediciones, organizar jerarquías. Por otro lado cuadros, postales que den cuenta de lo que efectivamente se venía a buscar en estos confines del mundo: una naturaleza originaria, en estado salvaje y sin rastros de intervención humana civilizada. El ojo del naturalista, más allá de las evidencias, proyectó sobre el territorio instrucciones para mirar el paisaje. Vio desiertos, estepas y selvas. Proyectando sobre el terreno concreto los desiertos, estepas y selvas conocidas. Vistas desde lejos, las costas son como las nubes, en las que cada observador halla la forma de los objetos que ocupan su imaginación. La oración anterior es una transcripción literal de un fragmento del Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente.

Oreja medioambiental

 

I. Ruido de foco

La percepción acústica siempre está en el centro de un campo oscilatorio de cambios de presión. El sonido nos rodea. A pesar de funcionar como un radar que nos ubica espacialmente, puede llegar a ser difícil discernir si lo que suena es externo o proviene de nuestro propio cuerpo. La frontera entre el sujeto y el objeto de escucha suele ser difusa. El sistema auditivo –y el cuerpo en sí– funcionan como cajas de resonancia. Emiten y reciben. Escuchamos con nuestro cuerpo. Pero también escuchamos-con el cuerpo que suena. Y escuchamos-con lo que suena por fuera de nosotros. El oído es un sentido medioambiental, como el olfato y el tacto, antes que representacional, como la visión. Capta modificaciones ambientales. Las representaciones, las imágenes acústicas, vienen después, cuando los bloques abstractos de sonido entran en colisión con la memoria asociativa de quien oye. Imperceptible es el ruido de foco del cristalino y la córnea corrigiendo el error de paralaje de la luz, que choca contra la retina para recomponer una imagen reconocible. No interfiere ni agrega información a lo visto. ¿Qué formas alucinatorias tendría nuestro mundo visual si fuésemos capaces de escuchar al sistema óptico y nervioso construir las imágenes en el cerebro? Probablemente nos sería imposible ver. Para poder mirar es necesario establecer un punto de vista y su contraparte negativa, un fuera de campo, que lo sonoro desconocen.

II. Mis zapatos dieléctricos (Una teoría hechiza de los contra-ambientes)

Compré unas botas de trabajo que uso para todo. Son los mejores zapatos que tuve en la vida. En la caja viene un papelito que informa sobre sus propiedades. Entre sus muchas características pone que son dieléctricos. Confieso públicamente mi ignorancia y les comparto el resultado de las averiguaciones al respecto. Pero antes, un breve repaso por nuestro mundo eléctrico. 

Intuitivamente pensamos que la electricidad se mueve por los cables como agua corriendo por una cañería. Esto no es exactamente así. Desde la central hidroeléctrica no abren una compuerta que bombea electrones hasta el tomacorriente en el que está conectada la computadora en la que escribo esto. En la central, como en cualquier generador, se produce cierta excitación electromagnética, cierta oscilación que logra mantener una diferencia de potencial en un circuito. Los electrones oscilan y cambian intermitentemente de dirección. Se mueven hacia adelante y hacia atrás. Es lo que llamamos corriente alterna. Existe efectivamente un traslado de energía, pero no son los electrones amontonados en el cable esperando salir cuando conectamos el cargador del teléfono. Es el campo electromagnético generado alrededor del conductor el que permite a la energía desplazarse. Moviéndose perpendicular a este campo, en la misma dirección en la que lo hace la luz. El aislante que recubre los cables impide el contacto de electrones con otro conductor externo al circuito, pero para los campos eléctricos y magnéticos representa una membrana permeable. No existiría flujo de energía sin este tráfico entre el “ambiente conductor” que contiene los electrones y el “contra-ambiente” externo, en donde se generan los campos eléctricos y magnéticos, al otro lado de la frontera con el material aislante.

Un material dieléctrico es un aislante que tiene la propiedad de formar dipolos al entrar en contacto con un campo eléctrico. Si no estoy entendiendo mal, las suelas de mis zapatos dieléctricos son una especie de máquina contra-ambiental que contrarresta un campo eléctrico cercano alineando sus cargas y creando un campo eléctrico interno. Pura ciencia-ficción en mis pies. Lo más interesante de este contra-ambiente es que reduce el efecto de un ambiente dominante generando una especie de mímesis inversa. Los mismos elementos pero desplazándose en otra dirección o estableciendo otras conexiones. Por supuesto, los puntos de contacto entre los dos medios no son impermeables. Tráficos más o menos intensos se dan a uno y otro lado de la frontera.

Con unas orejas técnicas adecuadas (muy fáciles de fabricar) es posible escuchar la actividad invisible de la electricidad y otros flujos de energía. Hace tiempo instalé algunas de estas tecno-orejas en mi casa. Dedico muchas horas a la escucha del zumbido eléctrico y del viento. Una válvula sónica que deja entrar la intemperie. Contra-ambiente sensible, que vuelve ruidosa la tropósfera cercana resonando en el interior de la casa, dándole una forma acústica al medioambiente en el que estamos inmersos y nos es difícil percibir. Aprendiendo de la manera en que operan las suelas de mis zapatos dieléctricos, también es posible imaginar contra-ambientes tácticos, capaces de interferir, potenciar o neutralizar la actividad ambiental de algún medio en particular. Sin ir más lejos, la fábrica de los zapatos en cuestión funciona como contra-ambiente táctico. Instalada en una provincia del interior profundo del territorio y generando productos competitivos, permite el desarrollo local y desacelera la migración hacia la capital, histórica cabeza de un Goliat eternamente moribundo.  

lll. Hacia la tormenta 

No sé exactamente cuándo empezó. Probablemente en Montevideo, la noche de los vientos amplificados. Dicen que escuchar el viento con insistencia puede hacer enloquecer. Esa noche, después de un día de estar escuchándolo soplar a todo volumen, me fugué de repente bajo una lluvia torrencial. Escapé corriendo y atravesé la ciudad inundada de una punta a otra. Olvidé lo que pasó entre ese momento y la mañana siguiente, cuando desperté en una cama amiga. ¿O fue en el viaje que hicimos con Roger a Puán? Fuimos en busca de algún rastro de la zanja que Alsina hizo cavar para interferir el flujo en las rastrilladas, alucinando detener el avance de los malones. Encontramos casi nada. Íbamos hacia un desierto fantasma y el terreno nos devolvió otro mucho más concreto: el del monocultivo aceitero y el ganado engordado a base de transgénicos. El único audio que registré en esa expedición fue el de un gran hormiguero. Es posible escuchar a las hormigas en su tarea de micro-terraformación, ocupadas -me imagino- en la administración de su propio ganado y su sociedad. El día que nos hundimos en la tormenta salimos temprano a la ruta. Teníamos que llegar a Bahía Blanca para perdernos en otro remolino, de burocracia y vacíos legales. No sé si la camioneta nos pasó a buscar por el campamento o la interceptamos en algún otro lado. Lo que tengo presente, una vez en la ruta, es esa sensación rara de movernos y estar quietos a la vez. Afuera el sol cortaba el paisaje cercano en porciones imperceptibles, que se fugaban antes de aparecer. En el interior de la cabina el tiempo se había detenido. Silencioso, a pesar del ruido del motor diesel y de las irregularidades del camino. Íbamos rumbo al sur. A medida que avanzábamos, la línea de horizonte succionaba con mayor intensidad la luz de la mañana. Parecíamos ir a toda velocidad otra vez hacia la noche. No había dudas de que estábamos por entrar en una de esas tormentas pampeanas en las que el paisaje se desintegra por completo. Los animales suelen huir cuando perciben mal clima. Acá iba yo otra vez, directo hacia el nudo de la entropía, acompañado ahora por personas de fé en la tecnología automotriz. De repente todo alrededor desapareció y se hundió con el horizonte en una noche instantánea. Las ráfagas y el agua golpearon la cabina amplificando la materialidad del vehículo: chapa y vidrio crujientes. Las ruedas friccionaban el asfalto mojado y arrojaban el agua hacía el piso de la camioneta. Estábamos flotando en medio de algo. Había desaparecido, también, la sensación de suelo. Ceguera visual y ceguera auditiva. No estábamos sordos, escuchábamos perfectamente. Sin embargo, no existía paisaje sonoro que discernir. En el foco del ruido blanco, escuchábamos el pensamiento de la tormenta. Y no nos decía nada. No había nada que pudiésemos entender. Las imágenes mentales recurrentes y las abstracciones que suelo usar para articular alguna idea, no lograban establecer una secuencia lógica. Ceguera auditiva total. El lóbulo frontal cedió ante mi cerebro reptiliano que se activó y envió esta simple información: hay que quedarse quieto hasta que esto pase de una vez.

Desierto agropunk


I. Nueva Argirópolis 

Cuando sopla la sudestada, el Río de la Plata se detiene por un momento y después enfurece. El Océano Atlántico se abalanza sobre las aguas dulces y el río cambia de fase,  avanza en reversa y termina por desbordarse. A veces, alguna de las once cuencas que corren entubadas bajo nuestros pies emerge sobre la línea de flotación de la urbanidad. Empujados por el río, los canales invisibles asoman y nos recuerdan que construimos la ciudad sobre un humedal. Sarmiento a mediados del siglo XIX soñó con una metrópolis rodeada de canales, en las islas del Delta del Tigre. Una Venecia rioplatense. Capital de los Estados Confederados del Río de la Plata. Ejemplo civilizatorio, mito fundado en la jungla, hacia los confines del desierto bárbaro. Mientras tanto, había que hacer tabla rasa en los bañados y alisar el terreno para dar forma a una capital en sintonía con el espejismo del desierto. Una línea de flotación horizontal y otra vertical trazan los puntos ciegos del paisaje líquido de Buenos Aires. Debajo de la cuadrícula urbana, los bañados y arroyos; hacia el este, la costa del Río de la Plata que, ante la mirada alucinatoria de los colonos y habitantes de la ciudad, desaparece como presencia, transformado en una pura extensión, conexión abstracta con Europa. Una promesa, postergada siempre, de cercanía con el centro de las aspiraciones. 

La sudestada, el viento zonda y el pampero están en peligro de extinción. El calentamiento atmosférico afectará tarde o temprano los centros de alta y baja presión, reorganizando los vientos y redistribuyendo el clima. Soplarán en otro lugar y de otra manera cuando formen parte de un sistema en el que la Cuenca del Plata se integre al Caribe Atlántico Sur. Si el deshielo es paulatino, la ciudad de Buenos Aires no se inundará desde su costa. Serán las cuencas subterráneas las que primero asomen a la superficie, como una revancha de los humedales-zombi. Durante algunos años el crecimiento de las cuencas del Río Matanza y el Reconquista la convertirán en una isla con lagunas internas en los barrios de Palermo, Paternal y Saavedra. El retorno del sueño de Argirópolis. Una ciudad flotante, que mira y administra el desierto desde lejos. 

Intemperie sin afuera, el mito fundacional de la conquista de lo desértico dió forma a un desierto concreto, desterritorializado y duradero, vaciando el terreno para formatear la pampa agropunk del presente. Desierto sojero y aceitero, que financia con migajas el monocultivo cultural y político que lo critica o lo festeja.

II. Bajo la línea de flotación

El mail de Malena me tomó por sorpresa en medio de la escritura de estas notas. En 2022 nos habíamos encontrado en las instalaciones provisorias de la Universidad Paralela. Interesada en incorporar el proyecto a sus investigaciones, tuvimos una larga charla dándole vueltas a las ideas y tácticas que pone en marcha esta institución experimental. Hablamos de la vez que fuimos hasta la antigua costa, hoy entre tierras, arrastrando un carro con artilugios técnicos para amplificar y transmitir el viento y el río. Venganza sónica de los humedales en extinción en el mismo momento en que la Legislatura de la Ciudad aprobaba los convenios de rezonificación para reforzar negociados inmobiliarios frente al río. Unos meses después la UP quedó varada y no volví a tener noticias de aquella charla. Hasta hoy. Día en que recibí este link en donde se puede descargar su ensayo reciente. Coincidencia afortunada que interpreto definitivamente como un llamado a la  refundación y reapertura de la Universidad Paralela.

A medio camino entre práctica artística y espacio de experimentación de la realidad, el escenario mítico donde se funda es el de una Buenos Aires inundada. Para la Universidad Paralela, la escucha es una táctica de recomposición territorial una vez diluído el paisaje, superadora de las estrategias de representación urbanas y paisajísticas. La Universidad Paralela funciona más bien como una colonia de bacterias antes que como un artefacto cultural. Se cuela en un medio o en un organismo y, al adoptarlo como medioambiente, lo empuja a sufrir mutaciones. Acelerar o detener procesos, fermentaciones, simbiosis. Si la pensamos como una máquina, se trataría de una máquina contra-ambiental para traficar conocimiento. Maneras de hacer que producen saberes, en lugar de teorías que regulan prácticas. Conocimientos que se actualizan cada vez que entran en contacto con un territorio o circunstancia particular, como los saberes populares. Saberes sumergidos, para utilizar el lenguaje de la Universidad Paralela, en dónde siempre hay algo de pirataje y solidaridad al mismo tiempo. Si alguna teoría le viene bien, la UP la cruza del otro lado de la frontera para sumergirla por debajo de la línea de flotación. Así camuflada, la teoría en cuestión circulará invisible a los ojos de las AdS (las Aduanas del Saber). 

 

Un ejemplo práctico sobre su modo de operar pueden ser las TÁCTICAS CONTRA EL PAISAJE, notas que ahora estás leyendo en su parte final. Cuando recibí el link al ensayo, recién comenzaba a hacer anotaciones sueltas. Tenía un listado de títulos y algunos fragmentos. Sabía por dónde iría el tono del escrito, pero faltaban conectores y también ideas que articular. El ensayo que me habían enviado propone por primera vez un corpus teórico alrededor de la UP. Con su lenguaje y formato académicos, pero al mismo tiempo en sincronía con el espíritu de la Universidad Paralela, era un aparato perfecto para ser desmontado y desparramado, sin aviso, a lo largo de estas notas. Con esa operación contra-ambiental de transducción y escucha, espero, sobrevivan los momentos en dónde las ideas entran en resonancia y se amplifican, a uno y otro lado de la línea de flotación

Epílogo

¿Recuerdan el final de Terminator 1? Sarah Connor maneja un jeep por una carretera mexicana. El cyborg que viajó desde 2029 a 1984 para exterminarla ya está fuera de juego. Mientras maneja, graba en una casetera mensajes a su futuro hijo John preparándolo para su destino: librar la guerra contra las máquinas. Se detiene en una gasolinera. Un niño le toma una polaroid y le habla en un español horrible, con acento gringo. Un viejo bigotón oficia de traductor. El niño mira hacia la carretera y dice algo que Sarah no entiende. El viejo traduce: He said there’s a storm coming in. Sarah parece ser la única que comprende el verdadero sentido de la frase: la tormenta que se avecina es una guerra total, en dónde las máquinas tomarán el control, relevando a los humanos. En el plano final vemos desde el aire la ruta, que se pierde en el desierto. El jeep de Sarah se aleja directo hacia la tormenta, hacia un paisaje al mismo tiempo familiar y perturbador. 

Los campos de monocultivo resistente a los agrotóxicos se ven verdes y fértiles. Ese es, paradójicamente, el lado perturbador del paisaje de la pampa agropunk del presente. Hay que caminarlos para levantar polvo y percibir el desierto que crece por debajo. Seguir el flujo del dinero, para constatar que partícula del desierto llega hasta nuestras propias billeteras, electrónicas o no. El paisaje es el telón de fondo que oculta el funcionamiento del aparataje ambiental. La profecía autocumplida de la guerra total no tiene bandos claramente definidos a uno y otro lado de la frontera entre lo vivo y lo autómata. Son disputas cyborg de diferente intensidad. No tiene caso pensar en la escucha como una forma pasiva de estar en el mundo. Los oídos tendrán que mutar en dos sentidos para percibir lo que oscila en el fuera de campo sonoro. Una mutación contra-ambiental sensible, para escuchar el viento electromagnético; otra mutación contra-ambiental táctica, para decodificar la tormenta y, aprendiendo a hablar su lenguaje, reescribir las líneas de código.

UNIVERSIDAD PARALELA / Departamento de Prácticas Contra-Ambientales

Escrito por LZ entre abril y mayo de 2023

Dedico estás tácticas a EG y Amadeo, que viajó desde el futuro para señalar un camino

Gracias a MV por la escucha y por escribir justo a tiempo

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