Los idiomas del aire
“Some wise people say that certain birds sing to plants. That the sound waves thus propagated accentuate their desire to grow. The songs would then be incantations, invitations to exist, it is the etymology itself which whispers it to me: incantation, invocation, incantare, invocare, calling into existence by the song, by the voice. Songs are the instruments of desire. They are magic, powers to affect and move bodies.” 1
La paradoja o principio de Fermi dice que el universo debería ser una orquesta infinita de voces, pero que, en cambio, nos encontramos con el gran silencio del vacío. El infinito tamaño de ese silencio sería equivalente al vacío que deja cada especie al desaparecer en el tiempo. En 1960, en Puerto Rico, al norte de la isla de Arecibo y en lo profundo del bosque de Río Abajo, el humano construye el radiotelescopio más grande del mundo, una máquina diseñada para escuchar voces del espacio exterior.2 Tras sesenta años escuchando poco más que la rumorosa música de los planetas, el paisaje entra en crisis, un gran número de especies entra en peligro de extinción, el radiotelescopio se derrumba y nos preguntamos por la ansiedad de llenar el espacio vacío, el grito por la interlocución, la peripecia sonora que, sin quererlo, captaría el temblor grave que se abriga en el fondo de la existencia. La necesidad de escuchar el infinito universo abierto antes de ponernos a escuchar el entorno, el ecosistema. Si el registro de los sonidos de la tierra, en contraposición, es equivalente al microscopio, ¿cuál sería, entonces, el lente? Si entre el microscopio y el telescopio tenemos la cámara de cine, ¿cuál es el dispositivo sonoro que nos permite manipular el montaje para desarrollar una escucha ampliada? En este texto nos proponemos desafiar el campo perceptivo sonoro tradicional y vincularlo con la escucha atenta de un mundo en crisis, proponiendo esa escucha, y las prácticas que pudieran surgir de la misma, como método y herramienta de pensamiento para imaginar futuros, tensando la cuerda del presente e intentando indagar en las perspectivas sonoras y cómo pueden ensanchar nuestro mundo perceptivo.
Caminar atentamente a través de un bosque, incluso de uno lastimado, es ser atrapado por la abundancia de vida: nueva y ancestral; bajo nuestros pies y alcanzando la luz. Pero ¿cómo dar cuenta de la vida del bosque? La antropomorfa no es sólo una tendencia, es una forma de colonización. Parte del proceso colonizador puede basarse en extraer, luego o antes que los recursos, las culturas o los cuerpos, en extraer a la humanidad de la naturaleza. Sin embargo, siempre hubo otras maneras de crear mundos, otras formas de existir y de explicar la vida. A través de la traducción de la naturaleza en ritos, en cosmovisiones elementales, en palabra hablada que nace del diálogo con el mundo, como eco del habla de las cosas. Desde las piedras litofónicas de Itamaracá hasta el radiotelescopio de Arecibo, vemos los acontecimientos sonoros como pistas para leer las formas ocultas de la comunicación que rigen la naturaleza, como un manto que se nos esconde y del que somos todos cuerpo y materia. El sonido de los pájaros al amanecer, el susurro del viento entre los árboles o el rugido de un río no son meros ruidos, sino algunos de los tantos lenguajes que nos envuelven en nuestra experiencia vital. Nuestra capacidad de escuchar y responder a ellos es esencial para nuestro bienestar y nuestra capacidad de cuidar del mundo.
Como animales – vegetación – mineral – bacteria nos movemos en un tejido material que hace eco en nuestra atmosfera sonora, y allí se articula la orquesta de la coexistencia. Citando a Donna Haraway: “Simbiogénesis no es sinónimo de bondad, sino de devenir-con de manera recíproca en respons-habilidad (…) La simpoiesis es una bolsa para la continuidad, un yugo para devenir-con, para seguir con el problema de heredar daños y logros de historias naturoculturales coloniales y poscoloniales en el relato de una recuperación aún posible”.3 Todos los seres vivos tienen un universo simbólico y el sonido es uno de los medios que unifica esos mundos. Los estímulos sonoros, al ser en esencia estímulos vibratorios, se traducen de manera relativamente similar a todos los organismos vivos en tanto que cuerpos vibrantes, dando cuenta desde el viento, el agua, el fuego, hasta la presa, el cazador, la huida, la muerte, la ausencia o la desesperación. Imaginémonos nadando en ese mundo perceptivo, sonoro, aprendiendo de nuevo a ser ese insecto en el pan, a habitar el espacio en comunión.
El sonido resuena a través del cuerpo durante la articulación verbal, en un principio el bosque ruge y envuelve la carne, las olas invaden y los pájaros se acurrucan en nuestros oídos. Al hablar, las consonantes vibran diferente a las vocales y el aire recorre el cuerpo de manera diferente, las tripas se tensan o relajan atravesando el sismo del lenguaje. Las impresiones sonoro-simbólicas reverberan a través de nuestra conciencia, organizando memorias y ensanchando el entendimiento de experiencias esenciales para la vida. Estudiar el sonido, aunque sea intuitivamente, es adentrarse en el territorio abstracto de lo indecible, de lo espectral, pero es también donde se encuentra la mayor libertad a la hora de vincularse con lo vivo.
Para encontrar un lenguaje común entre los cuerpos necesitamos pensar la materia del mundo como un conglomerado de cuerpos complejos.4 Jane Bennet ampliando a Spinoza, explica que, para un cuerpo, el hecho de poder asociarse con muchos tipos de cuerpos es tanto mejor, pues “cuan más apto es un cuerpo para afectar y ser afectado de múltiples maneras a los cuerpos externos, más apta es el alma para pensar”. Al servicio de un materialismo vital, Bennet explica también que los cuerpos tienen la capacidad de aumentar su potencia en forma de ensamblajes colectivos heterogéneos que operan en los acontecimientos, y que serán siempre un conglomerado animal – vegetal – mineral – sonoro con un grado y duración de potencia específicos, una armonía del presente, una música viva.
En tanto la crisis del mundo se presenta también como una ruptura de los ecosistemas sonoros, podemos preguntarnos ¿cómo sonará entonces el mundo del futuro?, ¿cuáles son las extinciones, los desbordes, los giros climáticos y tecnológicos que transformarán la sonoridad de nuestros entornos y de nuestros cuerpos? Tomar las ontologías especulativas y verterlas en un pensamiento sobre lo sonoro implicaría preguntarnos cómo hacer brotar, de esta conciencia sonora, elementos para la vida, movimientos, prácticas y reflexiones. Es conjurar futuros para pensar las crisis, construir una antropología atmosférica del Chthuluceno basada en una escucha atenta del mundo que nos abra el camino a nuevos entendimientos. Una antropología guiada por las músicas del paisaje y que encuentre, lentamente, intersticios de pensamiento. La sombra se proyecta sobre los pies y desde ellos entramos en lo hondo de la noche. El árbol que cae inunda el bosque. Lo sonoro se abre camino a través de ese temblor, llamándonos a la posibilidad de adentrarnos en un territorio interespecie, de movernos entre las redes semióticas del denso ecosistema de seres en el que vivimos. Como naves de agua o peceras orgánicas, viajamos a través del sonido como manifestación del medio y los fenómenos sonoros se expanden ante nosotros como puntos de encuentro entre las percepciones, puntos donde los límites entre cultura y naturaleza se diluyen en un estar-en-el-mundo complejo de las ecologías contemporáneas.
“La vida y los pensamientos no son cosas de tipo distinto. La manera en que los pensamientos crecen por asociación con otros pensamientos no es categóricamente diferente a cómo los sí-mismos se relacionan entre sí. Los sí-mismos son signos. Las vidas son pensamientos. La semiosis está viva”.5 La idea de un ecosistema de seres supone también la de un pensamiento semiótico del mundo, una red de interrelaciones que se definen entre sí, construyendo comunicación, conexiones, ideas, colaboraciones.
Adentrarse en ese paisaje simpoiético para navegar sus metafísicas sonoras en búsqueda de una cartografía del futuro es comprender lo sonoro como dimensión esencial para la existencia armónica de todo lo vivo. El desarrollo de una nueva conciencia sonora precisa de nuevas ecologías, de sistemas que iremos descubriendo en tanto habitantes del mundo, son las contradicciones a las que nos enfrentaremos en el futuro próximo y son también las transformaciones que será necesario adoptar frente al entorno.
Imaginémonos ahora como de verdad somos, inmersos en un mundo sonoro. Inmersos en permeabilidad, en una geometría compleja en la cual hacemos una experiencia de “pez-sujeto” atravesado por las vibraciones del aire como medio, reviviendo la experiencia acuática al movernos entre el sonido, cada vez que nos encontramos entre la música. “La vida en tanto que inversión es aquella donde los ojos son los oídos. Sentir es siempre tocar, a la vez, a sí mismo y al universo que nos rodea. (…) Un mundo donde acción y contemplación ya no se distinguen, es también un mundo donde materia y sensibilidad -o, si se quiere, ojo y luz- se amalgaman perfectamente. Cuerpo y órganos de sensibilidad no pueden estar separados. Ya no nos sentiríamos más con una única parte de nuestro cuerpo, sino con la totalidad de nuestro ser. No seríamos más que un inmenso órgano de sentido que se confunde con el objeto percibido. Una oreja que no es más que el sonido que escucha, un ojo que se baña constantemente en la luz que le da vida”.6 Michel Serres, en El contrato natural, se pregunta: “¿En qué lenguaje hablan las cosas del mundo para que podamos entendernos con ellas por contrato?”
Colmamos el espacio. Las rocas se ordenan, el musgo crece. Somos instrumentos de una resonancia que se mueve somnolienta y podemos entablar una relación transversal con la materia, con la empatía, podemos generar pensamientos para acceder a la posibilidad de habitar colectivamente y expandir nuestra conciencia de territorio para luego aprender a cohabitar esos territorios. Permeabilidad ante el mundo y los modos de ser. Alquimias del devenir-con signadas por la capacidad de propiciar una nueva mirada alrededor. Los lenguajes y los medios, la atmósfera y los paisajes, la investigación sobre un espacio entre los cuerpos que pareciera no devolver nada que no sea un destello o un presentimiento acerca de un mundo interminable, inabarcable. Investigar allí es nadar en lo profundo de un océano esperando encontrar un tesoro que se manifiesta en fantasmas sin forma, sonidos sueltos en la turbulencia del aire, acontecimientos, excepciones, pequeños milagros y vibraciones. En la unidad entre las materias encontramos los lenguajes de una ecología subcutánea, la comunicación semiótica de todo lo vivo. Los lenguajes son escrituras y el mundo está hecho en la medida en la que todo escribe sobre todo, las pistas visuales se agotan y encontramos en lo sonoro una abstracción infinita que nos guía hacia nuevas formas de percibir, cohabitar y especular futuros en un mundo en crisis. De la afección de la materia, al ensamblaje, a la metamorfosis.
Hablar de sonido es siempre hablar de vida, tanto de la vida orgánica como de la vida que emana de la comunión natural y social. Golpear una piedra, golpear un árbol hueco, golpear un pecho lleno. El tambor de la cabeza resonando, retroalimentándose en nuestro estómago, un cosquilleo gutural. La resonancia es algo que atraviesa el inconsciente y se manifiesta de maneras que aún no entendemos. Para hablar de sonido hay que rodear al sonido, hay que hablar de los acontecimientos sonoros, de los ecos del sonido en la vida tangible, en la vida del mundo. Los puntos de escucha son la única referencia que tenemos para realmente estudiar la complejidad de nuestro sistema de relaciones, la necesidad de-colonizadora, de-sistemática, de reivindicar el enriquecimiento cultural, la propiedad de la tierra en consonancia con la vida que la habita, porque el objetivo principal del proceso colonizador fue, y aún es, separarnos de nuestra relación orgánica con la naturaleza, de una percepción cosmológica que puede ir más allá. En el sonido residen, en abstracto, las maneras inmateriales para liberar nuestra percepción de los cánones visuales y para entender las relaciones con el entorno de una manera que reverbera con la experiencia animal o inclusive con la vegetal. El paisaje nos llama, y la constelación que se pueda crear luego a partir de esos nuevos puntos de escucha es aún más compleja y abrumadora. Quizás sólo algo sublime o trascendental, un manto de resonancia al que podemos asistir mediante eventos y prácticas sonoras como prueba irrefutable de algo que está allí, secreto e invisible.
Notas
- «Algunos sabios dicen que ciertos pájaros cantan a las plantas. Que las ondas sonoras así propagadas acentúan su deseo de crecer. Los cantos serían entonces conjuros, invitaciones a existir, es la propia etimología la que me lo susurra: conjuro, invocación, incantare, invocare, llamar a la existencia por el canto, por la voz. Las canciones son los instrumentos del deseo. Son magia, poderes para afectar y mover los cuerpos.» (traducción Tsonami Ediciones).
Vinciane Despret, en su obra Phonoscene, 2020. - Aquí el texto hace referencia directa a la vídeo-instalación El Gran Silencio, de lxs artistas Jennifer Allora (Filadelfia, EUA, 1974) y Guillermo Calzadilla (Havana, Cuba, 1971), radicados en Puerto Rico. Presentada por primera vez en 2014 en el Museo de Arte de Filadelfia.
- Donna Haraway, Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno. N-1 ediciones. 2016.
- Jane Bennet. Materia vibrante. Argentina, Caja Negra, 2022
- Eduardo Kohn, Cómo piensan los bosques. Argentina, Editora Abya Yala, 2021.
- Emanuele Coccia, La vida de las plantas. Miño y Davila, 2019.
Federico Dopazo es licenciado en Dirección Cinematográfica por la UCINE y graduado en música popular por Conservatorio Manuel de Falla. Se desempeña como músico e investigador desde 2012, explorando el sonido como medio filosófico y artístico. En 2022 participó de la residencia artística Somsocosmos en Brasil, desarrollando prácticas en torno a la imaginación sonora y escribiendo «Seis formas del aire», su primer texto híbrido. Un adelanto del mismo será incluido en el compilado 2023 de Cthulhu Books, plataforma editorial del Institute for Posnatural Studies.
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