Agua curada un ejercicio ficcional de acupuntura sonora

ARTISTA
Lourdes Silva y Pol Villasuso

“conversa el río con la piedra 

la piedra con la orilla 

y la orilla consigo misma 

 

pero nosotros 

nunca llegamos 

al concierto del mundo 

 

no somos ni habremos sido 

más que una mezcla 

de barca y bruma 

 

nosotros hacemos ruido 

en cada nacimiento”

Oratorio, María Negroni

AGUA, una psicogeometría

Caminamos bordeando el río. Los sonidos se propagan con mayor rapidez en el agua, disminuyen su pérdida de energía. Las ondas se transmiten a una velocidad de 1500 a 1700 metros por segundo. En la atmósfera, la velocidad de propagación es mucho más lenta, por lo que los sonidos se absorben a distancias muy cortas. El agua no es compacta, las ondas sonoras son absorbidas sutilmente en una línea más breve y delgada. La masa sonora es producida por el movimiento vibratorio de las moléculas en una sustancia flexible: el sonido se absorbe en el medio por el cual se proyecta y, dependiendo de la materialidad de su ecosistema, es que existirá una variabilidad en su intensidad. El proceso de absorción está dado por la frotación que las ondas experimentan con el medio y su posterior transformación en calor (Toop, 2016).

Las diferencias de volumen son notorias cuando percutimos un objeto en el aire y cuando lo hacemos en el agua: cuando nos sumergimos en el río, aún escuchamos el sonido industrial de la planta potabilizadora o los gritos de los escaladores subiendo la mole de piedra ígnea.

El sonido muta de acuerdo a las características del agua por donde está circulando, es sensible; las variaciones en la temperatura, la salinidad, la presión modifican su velocidad y, en algún punto, su consistencia y textura, proyectamos el sonido como una flecha.

El agua dulce que corre por la superficie de la tierra y por acuíferos viaja a 1520 metros por segundo según la Enciclopedia del Agua. En Uruguay, el agua dulce recorre la extensión del territorio, de Sur a Norte y de Norte a Sur, es parte de la inmensa y tentacular cuenca del río Santa Lucía y en sus derivaciones atraviesa fantológicamente el Río Negro, trazando una extraña y pulposa paralela con el río Uruguay: el sonido, ese otro río, un espesor de borde difuso, se desplaza por esos nervios, es así que los oídos pueden ponerse en sintonía con señales distantes y erráticas: accedemos a una especie de desfasaje temporal cuando logramos escuchar las aguas en movimiento, se torna imposible escribir una historia sólida durante la escucha (Toop,2013) y el dibujo se convierte en una herramienta para captar y escuchar: el río trina como un pájaro al dibujarlo. 

En el diccionario de símbolos de Cirlot, las aguas se describen en tono geométrico: “el signo de la superficie en forma de línea ondulada, de pequeñas crestas agudas” (Cirlot, 2011, p. 73). 

Las especies surgimos de esas ondas, las aguas simbolizan la conjunción universal de virtualidades; tal es así, que los alquimistas denominaban agua al mercurio en el primer estado de la transformación y, por analogía, al cuerpo fluídico de las cosas.

Las temperaturas de las aguas se han incrementado, la salinidad y la presión también, evidentemente el sonido en su aumento de velocidad puede hacer síntoma de la actual crisis medioambiental, aparecen manchas de cianobacterias, de aceite, de plástico. La comprensión sobre el movimiento del sonido en el agua, ha tenido como consecuencia la producción de dispositivos como las ondas ultrasónicas para medir la profundidad y las distancias, ninguno de estos andamiajes sería útil si quisiéramos continuar caminando por la orilla, ese delgado borde de tierra que roza un manto de agua.

La estructura del agua es fluida y de corta duración, hay formas cambiantes y formas estables y, en estas, el agua almacena la información que ha captado y es afectada por todo lo que entra en contacto con ella, pareciera que existe una zona del agua con memoria.

Agua es actante, en tanto fuente de acción, posee la capacidad y la coherencia de producir efectos y alterar el curso de los acontecimientos. El agua es una materia animada y vibrante, posee una vitalidad material y la capacidad activa para afectar e intervenir en la vida pública de especies humanas y no humanas. Como señala la filósofa Jane Bennett (2022), el agua es un poder cosa, como lo son también las montañas de desecho que por ella circulan, los incendios, las inundaciones o las sustancias tóxicas que corroen los mundos submarinos y los otros, los que nunca más volveremos a ver y experimentar. 

Hace algún tiempo, leíamos un informe compartido por La Asamblea del Agua del Río Santa Lucía, un colectivo independiente, formado por vecinos y vecinas reunidxs por la preocupación sobre el deterioro de la calidad del agua. En ese documento, se describía la contaminación de los cuerpos de agua en los ríos de nuestro país, en ellos se han detectado: xenoestrógenos y citotoxicidad, sustancias que actúan como disruptores endocrinos en numerosos procesos industriales y productos domésticos, lo que ha tenido como consecuencia la diseminación en el medio ambiente. El medio acuático es uno de los más sensibles a la contaminación y a la alteración de organismos y sistemas. Los disruptores pueden provocar infertilidad o cambios de sexo en peces e invertebrados, malformaciones, aumento de ciertos tipos de cáncer, obesidad, diabetes, asma y problemas de neurodesarrollo (Bachetta, 2018).

Como escribiera Bachetta en su informe de 2018: 

Entre estas sustancias se encuentran las hormonas, los pesticidas, y todos aquellos compuestos usados en la fabricación de plásticos y artículos de consumo, así como subproductos y residuos industriales contaminantes. Su carácter persistente y facilidad de difusión les hace estar distribuidos por todo el planeta, más allá de divisiones geográficas.

SANTA LUCÍA, el río

El país en el que hemos crecido, el del nombre que alude al río de los pájaros pintados: Uruguay, atravesó una sequía histórica, aparentemente la más despiadada de los últimos cien años. Sobre esta penillanura levemente ondulada, de vientos que tienden a desaparecer, de juventud histórica y frondosidad poética, escribe Isidore Ducasse, Conde de Lautreamont y en sus versos refiere al Río de la Plata como un océano mar en donde habitan criaturas quiméricas como tiburonas, y ahora, con peces intoxicados con agrotóxicos. El gobierno nacional declaró un conjunto de emergencias hídricas en los últimos meses; una agropecuaria para paliar los efectos del déficit hídrico sobre lo que se denomina el principal motor de la economía nacional y, otras, que afectan a la condición de potabilidad y suministro de agua en el área metropolitana de la ciudad de Montevideo. 

Los suelos han estado sequísimos y, aparentemente, la industria tiene pérdidas económicas de estruendo, especialmente la ganadera y el monocultivo de la soja. El terror a quedarnos sin agua es algo que nos ha acechado durante un buen tiempo y ya no solamente en una modalidad espectral, está sucediendo, el cielo se revela, la atmósfera se revela y de nuestras canillas sale agua tóxica, agua que ha sido sometida a un violento proceso de higienización y disciplinamiento, ya que la Administración Nacional de Obras Sanitarias del Estado (OSE) decidió aumentar los niveles de salinidad en el agua mezclando agua salada del Río de la Plata a la históricamente vertiente del río Santa Lucía, fuente de agua dulce del Área Metropolitana de Montevideo. El objetivo fue que las reservas, cada vez más escasas, duraran más tiempo. El agua que circulaba por las cañerías de la ciudad y que supo ser incolora, inolora e insípida, casi un lema de la nación moderna, está plagada de fosfatos, trihalometanos y distintos metales pesados: ¿A qué velocidad viajará el sonido en esta agua pesada y curada que cae vertical de la canilla? 

 

Los bidones de agua embotellada se vuelven virales, el plástico en su ausencia o presencia es señal y hace señal de una especie de nueva arquitectura generativa: la del material que imita el color del agua, por todos los sitios se extendió topográficamente la variación del petróleo y el carbón: ¿Qué es lo que subyace en este paisaje sonoro de camiones, agua subvencionada, contendedores de basura atosigados, marcas que nunca habíamos visto antes, multinacionales de origen francés, obras de saneamiento de urgencia, sequedad en la piel, movilizaciones, picos de presión, plantas blanquecinas, ausencia de lluvia?

Mientras tanto, existen mega emprendimientos con presencia en el territorio, entre ellos la empresa Google, cuyo sistema de enfriamiento del data center que piensan instalar en Uruguay demandará hasta 7.600 metros cúbicos de agua potable por día. El gran negocio de la privatización del agua es explícito, las personas pagamos doble por agua salada y por agua embotellada. La empresa de celulosa UPM utiliza 125 mil metros cúbicos por día de agua, es claro que la sequía existe en tanto fenómeno propio del capitaloceno, pero está acompañada de la ausencia de reservas de agua dulce causada por el saqueo titánico de las empresas privadas. 

El Santa Lucía es el principal curso de agua de la cuenca del Río Santa Lucía al sur de Uruguay. Constituye la principal fuente de abastecimiento de agua potable del país, las nacientes se encuentran en la zona del cerro Arequita, palabra que proviene del guaraní y que significa: Agua que cae de las altas piedras de las cuevas, este accidente topográfico constituye la formación rocosa -ígnea- más antigua del territorio Oriental; allí el agua es prístina, allí pudimos beberla antes de la seca y antes de que el curso del río se cruce con la industria frigorífica. Curiosamente, este curso de agua fue bautizado por Hernandarias, quien introdujera el ganado a Uruguay.

El río nace en una zona alta del territorio, un pliegue, casi montañoso: ¿Cómo se proyecta el sonido del río cuando llega a nuestras casas? ¿Qué gestualidades sónicas podemos desarrollar para que las aguas se crucen: las del río corriendo y las que manan de la canilla? ¿Qué sucede durante?

En El río sin orillas, el libro que escribiera Juan José Saer en 1991 y que tiene como personaje central al Río de la Plata y a sus “provincias linderas”, en las primeras páginas alude al momento en el que desde un avión ve el punto en donde se unen el río Paraná y el río Uruguay, para formar el río de la Plata, la zona de confluencia: 

(…) de otro modo no hubiese podido percibir el vértice perfecto que forma la tierra firme en el punto en que los dos brazos de agua se reúnen. El triángulo de tierra, de un verde azulado, apretado por las dos cintas inmóviles casi incoloras, yacía allá abajo, en medio de una inmensa extensión chata del mismo verde azulado, inmóvil, inmemorial y vacía, de la que yo sabía, sin embargo, mientras la observaba fascinado que, como todo terreno pantanoso, era una fuente inagotable de proliferación biológica (Saer, 1991, p.15).

 

Hace algunas semanas comenzó a llover, los campos amanecieron bajo el manto de una densa niebla que impregnó el aire de humedad, las plantas agradecieron, algunas casas se inundaron, el agua corrió por las calles con fuerza y se llevó aquello que encontró en su paso arrebatado. Así escribe Pascal Quignard:

La deseincronización del ojo y el oído.

Lo que atrae a la lluvia es doble.

En la noche del nubarrón cargado de lluvia, la percepción del rayo y la audición aterradora del trueno son independientes una de otra, provocan la espera, la prensión, el conteo del tiempo del intervalo.

Y finalmente cae la lluvia sobre la tierra como un chamán (Quignard, 2012, p.74).

 

En este contexto, emprendimos el viaje hacia algunos puntos de confluencia, donde podría verse y escucharse el retorno del territorio marrón, del río creciendo nuevamente, tiñiendo el cielo e inclusive aquellas cosas que se encuentran mucho más lejos de él: vuelven las ramas y los troncos enredándose con los cables, vuelven los caracoles y las piedras de tres colores, vuelve también el aroma a tierra mojada, pareciera dibujarse una coreografía silenciosa debajo de la orilla, aunque esto parezca un impensado.

ORILLA, UNA ACUPUNTURA

En el transcurso de los últimos años, nuestras investigaciones artísticas han tenido como epicentro el acercamiento al territorio y, muy especialmente, nos ha inquietado ver el mundo a través del agua y lo que en ella confluye. La orilla, el cauce, los reflejos, los puertos, nos han resultado elementos y problemas sugestivos para imaginar la posibilidad física de presentar la realidad de manera inversa y descompuesta, metamorfoseando y ensamblando voces, gramáticas y texturas, espacios y lugares, de acuerdo a Quignard, en la lengua griega la palabra problema significa: “esa escarpadura que se interna en el mar por sobre las olas más bajas, desde donde la ciudad sacrifica, empujándola, a una víctima que se sumerge” (p.21). Los lugares se explican por sus pendientes y el agua circula a través de ellas, como por nuestro cuerpo.

La materialidad química, política y poética del agua se convierte en un fundamento conceptual y formal para los acercamientos sonoros con los que nos introducimos en lo que nos rodea, como escribiera Bachelard en su libro El Agua y Los sueños:

Así, el agua va a aparecérsenos como un ser total: tiene un cuerpo, un alma, una voz. Quizá más que cualquier otro elemento, el agua es una realidad poética completa. El agua sugiere necesariamente al poeta una obligación nueva: la unidad del elemento. Sin esta unidad de elemento, la imaginación material no queda satisfecha y la imaginación formal no alcanza para ligar los trazos dispares (Bachelard, 1986, p.77).

Interesadxs en la inmersión y en una práctica espacial basada en el nomadismo y en la errancia, quisimos explorar sónicamente un poco más allá de la línea divisoria de agua/paisaje, y es por eso que el encuadre geopoético, en tanto escritura del viaje, resultó ser la forma de habitar.

Queríamos ejercitar una acupuntura ficcional del río Santa Lucía, estableciendo estaciones de escucha amplificada en distintos puntos de su curso: La naciente del río en Lavalleja; La represa de Paso Severino en Florida; El Delta del tigre en San José, La planta Potabilizadora de Aguas Corrientes en Canelones y la canilla de nuestra casa en Montevideo. En cada uno de estos sitios, bebimos y en algunos, incluso, llegamos a nadar, pero fueron quedando lejos, notamos que algo iba desapareciendo en el transcurrir de este ciclo-ficción, una extraña analogía entre sonido sintético y agua sintética. Conforme nos íbamos acercando el centro urbano, pensamos la transformación de estos sonidos siguiendo un ejercicio de Pauline Oliveros: sonido viejo – los teros lanzando sus: Teru Teru sobre la roca-, sonido nuevo- el interior de un tronco con agua-, sonido prestado – nuestras voces con delay y reverb, sonido melancólico – la orilla-. Por último, escuchamos hacia nuestro interior para encontrar el sonido del río: yuxtapusimos una conversación gutural y cetácea a los puntos sónicos en los que nos sumergimos, es así que el Santa Lucía se tornó un territorio especulativo, escenario y protagonista al mismo tiempo.

La línea de ribera, la orilla del río se asemeja al dibujo/forma de una onda de sonido: es longitudinal, irregular y punzante. Las orillas son espejo una de la otra, manifiestan la fuerza de las aguas. La orilla es la línea de confluencia y, claro, es una sucesión de puntos, existen infinitas fugas en lo que escuchamos en cada uno de ellos, conectarlos supuso recuperar algo del flujo energético del líquido sagrado del cual venimos y a través del cual podemos sonar: “alguien despierta gota a gota, a pie, la sangre” (Berenguer, 2011, p.58).

Bibliografía:

  • Bachelard, G (2003) El agua y los sueños, Fondo de cultura economica, Mexico
  • Benner, J (2022) Materia Vibrante, Caja Negra, Buenos Aires
  • Berenguer, A (2010) El río y otros poemas, Biblioteca Artigas, Montevideo
  • Cirlot, J (1958) Diccionario de símbolos, Siruela, España
  • MVOTMA (2019) Plan de gestión integrada de la Cuenca del Río Santa Lucia, Uruguay 
  • Negroni, M (2021) Oratorio, Vaso Roto, Barcelona
  • Oliveros, P (2019) Deep listening. Una práctica para la composición sonora, Dobra Robota, Buenos Aires
  • Quignard, P (2012) El odio a la música, Cuenco del Plata, Buenos Aires
  • Saer, J (2003) El río sin orillas, Seix Barral, Buenos Aires
  • Toop, D (2013) Resonancia siniestra. El Oyente como Medium, Caja Negra, Buenos Aires
  • Toop, D (2016) Océano de sonido. Caja Negra, Buenos Aires
  • Vidart, D (1978) Una expedición al Arequita. Suplemento extraordinario Diario El Día, Montevideo
  • Crédito fotografía Paso Severino durante la sequía:
  • Martín Silva, AFP 

Lourdes Silva (1989) Es psicóloga, Licenciada en Filosofía, Magister en literatura contemporánea. Diplomada en estética y filosofía del arte. Especialista en Intervenciones comunitarias en salud. Especialista en Psicología clínica. Se desempeña como artista visual, curadora, investigadora, docente universitaria y escritora.

Pol Villasuso (1975) es artista sonoro, artista de Radio, músico experimental y arquitecto. Se desempeña como artista, curador, docente e investigador. Es Co-director de Radio Monteaudio.

Ambxs nacieron en Montevideo y desde el año 2014 desarrollan prácticas de producción artística colectiva, investigan a través de medios creativos y especulativos temas relacionados con el habitar contemporáneo, el paisaje, el territorio, la ecología, la crisis ambiental y su relación con el pensamiento sónico, entre otras tantas quimeras.

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