Fotosíntesis, Cooperación y Vibración: Escuchando junto a las plantas

Texto
David Velez
Introducción

Actualmente sabemos que las plantas, al igual que los humanos, se valen del sonido para comunicarse y desarrollar estrategias de subsistencia, crecimiento y reproducción. Sin embargo y por muchos siglos, en occidente se creyó que las plantas eran seres silentes incapaces de percibir el sonido o emitir vibraciones acústicas. Hoy día, investigaciones en bioacústica revelan la agudeza de la sensibilidad cutánea (tallo y hojas) y epidérmica (raíz) de las especies vegetales a la vibración sónica, la cual supera a nuestro sistema auditivo gracias a su capacidad de detectar frecuencias imperceptibles para nosotros. Además de esto, se ha comprobado que especies como los tomates y los pinos emiten sonidos cuando están sedientos y que estos pueden ser parte de estrategias de comunicación para alertar a otras plantas y animales sobre la ausencia de irrigación en ese punto. Por otro lado, los tallos de los ruibarbos suenan cuando crecen privados de luz solar debido a la alta concentración de energía química y azúcar que acumulan para subsistir sin luz solar.

La bioacústica y las plantas

La facultad de las plantas de percibir sonido se evidencia durante los primeros experimentos de estimulación realizados entre la década de 1920 y 1960. Estos tests revelaron que el crecimiento vegetal se puede ver afectado positiva o negativamente según el tipo de impulso. Por ejemplo, una gran variedad de especies como las berenjenas, los tomates, los pepinos y los pimentones, muestran una reacción positiva a las ondas sinusoidales en especial a aquellas entre 2,000 y 10,000 Hz, un rango alto dentro del espectro sonoro audible. Este tipo de ondas son el principio de la síntesis sonora y los sintetizadores, y se caracterizan por ser eficientes transmisoras de energía acústica. Por otro lado, especies como el tomate, el tabaco y la caléndula muestran una reacción negativa frente al ruido, es decir los sonidos que ocupan gran parte o todo el espectro (frecuencias graves, medias y altas vibrando de manera simultánea). La exposición al ruido blanco puede impedir su germinación o llevar a sus retoños a la muerte, lo que sugiere lo vulnerables que pueden ser algunas especies vegetales a los ruidos productos de la contaminación sonora.

La percepción sónica en vegetales está ligada a su subsistencia y esto se puede apreciar en la susceptibilidad de las arvejas a los sonidos que produce el agua en su paso por tuberías subterráneas, tal como lo sugiere la investigadora bioacústica Mónica Gagliano. Ella descubre que sus raíces buscan y apuntan en dirección a estos sonidos como parte de mecanismos que constantemente buscan fuentes de irrigación. Curiosamente, y como parte de este mismo experimento, Gagliano expuso a estas plantas a grabaciones del mismo sonido sin que sus raíces presentaran reacción alguna. Esto sugiere que las arvejas pueden diferenciar el sonido del agua de su reproducción, lo cual sugiere una sensibilidad aguda y estratégica a prueba de posibles trampas y engaños.

El concepto de ultrasonido es muy importante para entender el universo sonoro vegetal. Este rango de frecuencias que, por su altura no podemos escuchar, ha sido de gran importancia en el desarrollo de sistemas de auscultación con fines medicinales no invasivos, soportados en la capacidad de estas frecuencias de propagarse por los tejidos sin generar daño alguno. Como se mencionó anteriormente, algunas especies vegetales vibran en estas frecuencias al experimentar condiciones adversas lo cual se puede interpretar como un lamento y una señal de alerta dirigida hacia otras plantas y animales. Por otro lado, Mónica Gagliano sugiere, tras realizar una serie de experimentos, que las semillas de chile en su proceso de germinación son estimuladas por plantas vecinas como ocurre con la albahaca. Esto podría ser el resultado del intercambio de emisiones y recepciones sónicas y ultrasónicas donde el chile adquiere información valiosa a partir de su entorno, la cual le es de gran ayuda en su proceso de crecimiento. Esta hipótesis permite especular sobre cómo algunas especies vegetales podrían utilizar el ultrasonido para leer y reflejarse en los organismos que componen su hábitat próximo, similar a como lo hace la medicina con propósitos diagnósticos y terapéuticos de los pacientes.

Los infrasonidos son aquellos que por su grave vibración no podemos escuchar y los cuales se asocian con fenómenos telúricos como terremotos y volcanes. Christian H. Mohr, investigador en geofísica, lidera un grupo de científicos que estudia la recepción de agua por parte de las raíces de los árboles cuando ocurre un movimiento telúrico. Ellos sugieren que las infra-frecuencias y vibraciones graves de los terremotos aumentan la cantidad de agua disponible para los árboles que crecen en suelos secos. En el futuro, este fenómeno podría conducir al desarrollo de tecnologías de prevención de catástrofes basadas en la sensibilidad a la vibración y al agua del suelo que presentan los árboles en estas condiciones, evidenciando los alcances de la colaboración animal-vegetal basada en el sonido y la vibración.

Plantas, insectos, colaboración y sonido

Las plantas son seres esencialmente colaborativos y, en este sentido, el sonido es un factor fundamental dentro de las alianzas que realizan con su entorno, las cuales a veces incluyen a sus propios depredadores. Un ejemplo se revela en la investigación de Heidi Appel y Rex Cocroft, quienes indican que los organismos vegetales anticipan la presencia de un insecto predador después de haber sido expuestos inicialmente al olor de un congénere atacado por este. El impulso olfativo, conectado con el acústico, resultado del sonido que produce el animal, le permite a la planta prepararse frente a sus futuros ataques gracias a la capacidad de estas últimas de absorber energía acústica. Appel y Cocroft indican que, por esto, los sonidos que producen los insectos fortalecen el sistema inmunológico de algunas plantas como es el caso de la Arabidopsis thaliana y su sensibilidad frente las vibraciones que hacen las orugas al masticar. Estos impulsos vibratorios operan a nivel bioquímico como fuentes revitalizantes de energía acústica, potenciando el bienestar de las plantas cuando son capaces de reproducir sensible y cognitivamente experiencias pasadas de peligro.

Las alianzas sonoras entre especies vegetales e insectos también son auspiciadas por estos últimos. Axel Michelsen y su equipo de investigación sugieren que algunas especies utilizan a las plantas como filtros acústicos para intensificar sus sonidos. Esto ocurre cuando el espectro acústico del reino de los insectos se ve invadido por sonidos producidos por otros animales e incluso por los infrasonidos que emiten las plantas. Como respuesta, los insectos producen sonidos graves que son amplificados a través de tallos y hojas cuya materialidad fluctuante es capaz de alterar la velocidad a la que viaja el sonido por medio de ellas. A este fenómeno se le llama curvatura de ondas ya que estas se doblan como consecuencia de los cambios en su medio de propagación. Los insectos son conscientes de este fenómeno y responden modulando su sonido en concordancia con los cambios físicos que experimenta el cuerpo de la planta como medio de propagación acústica. Esta investigación nos permite especular sobre el carácter performativo y estético que puede adquirir la comunicación animal cuando acude al sonido de manera colaborativa y estratégica.

Prácticas artísticas sonoras con plantas

La conexión entre las plantas y la música se remonta a los sonidos de cocina producidos al machacar semillas y raíces vegetales vinculados a los orígenes de los instrumentos musicales ancestrales, como sugiere Iain Morley en su tesis doctoral Los orígenes evolutivos y la arqueología de la música.

El artículo Das lebende lied-Ein Kapitel Zukunftsmusik escrito por el compositor alemán Wilhelm Mauke en 1899, sugiere el uso de plantas de liana y heliotropo para mejorar la interpretación de lieder en las skalas de conciertos. Para él, las redes de liana podrían crear filtros de luz y sonido, mientras que el aroma del heliotropo estimularía la experiencia de la audiencia. En la propuesta de Mauke, las plantas pretendían desviar la atención de los oyentes de la presentación visual de música en vivo y afectar la resonancia del espacio y la manera cómo se percibe el sonido.

En 1976, el artista John Lifton colabora con Tom Zahuranec, Jim Wiseman y Richard Lowenberg colocando sensores en plantas y humanos para modificar señales de audio y video como parte de un laboratorio de experimentación artística entre especies humanas y vegetales. Cincuenta años después, la utilización de sensores en las plantas sigue siendo una metodología muy común, como se observa en la práctica de artistas sonoros contemporáneos como Justin Wigan, Michael Primer y Mileece. Precisamente sobre el uso de estas metodologías, la autora Prudence Gibson invita a examinar su aspecto ético.

Adherir sondas a los troncos de los árboles o conectar sensores a las hojas y raíces puede causarles daño a las plantas, tal vez incluso dolor. ¿Vale la pena? ¿Cuáles son nuestras obligaciones morales, como artistas y escritores, de mostrar respeto vegetal? 1

En respuesta a Gibson, el filósofo de plantas Michel Mader escribe:
Los sensores adheridos a las hojas, los troncos y las raíces definitivamente detectan algo, pero, en el proceso, lo que se desvanece es la detección de las propias plantas. Podemos darnos palmadas en la espalda por derivar tal «información» de ellos, pero tan pronto como se ha convertido en nada más que información, la planta ya ha desaparecido.2

La práctica sonora contemporánea con plantas no se circunscribe exclusivamente a instalar sensores en ellas. Lee Patterson realiza grabaciones de campo de los sonidos de las antoceras (Ceratophyllum demersum) que hacen estallar burbujas de oxígeno en estanques en el norte de Inglaterra; el dúo Feral Practice invita a los miembros de la audiencia a caminatas sonoras en los bosques para reflexionar sobre asuntos ecológicos y sociales en compañía de los árboles. Duncan Chapman graba los sonidos de los ruibarbos en el norte de Inglaterra donde es común que se cultiven sin luz solar adquiriendo un sabor tan característico como su sonido.

El artista vibrotáctil Andrew Belletty combina la etnografía y la bioacústica en su investigación sobre la grevillea, una especie de árbol que crece en el desierto de Australia que exhibe cualidades resonantes muy especiales. Estos árboles amplifican los sonidos de bailes ceremoniales a través de sus troncos que operan como poderosos dispositivos acústicos. Belletti trabaja con custodios de canciones aborígenes que, según él, tienen una sensibilidad única y aguda a las energías vibratorias, lo que les ayuda a encontrar lugares estratégicos con cualidades topográficas sónicas para celebrar estas ceremonias. Para él solo un custodio puede analizar los factores acústicos invisibles que entran en juego en la selección de estos lugares.

Las poderosas pisadas producidas por los bailarines en el sitio se revelaron más plenamente cuando me senté en la arena y pude sentir los ruidos de las pisadas recorriendo mi cuerpo. Al escuchar los micrófonos y sensores de vibración que había colocado cerca del árbol y dentro de la arena también pude escuchar el movimiento de la grevillea del desierto, y escuchar no solo al árbol, sino al árbol como parte de una conexión indígena con el territorio.3

Belletty sugiere que el árbol, en estas ceremonias, funciona como una antena que amplifica la resonancia de los bailes y las melodías cuya vibración se transmite desde el tronco y la arena. Al referirse a su experiencia en el lugar y a los mecanismos tecnológicos que utilizó para documentar su experiencia, Belletty sugiere la imposibilidad de reproducir o representar este sonido. Por esto, lo sonoro surge para él como un flujo vivo cuyo estado actual es inseparable del momento que le precedió y del momento hacia el que se dirige.

De manera recíproca, la instrumentalidad de la grevillea en estas ceremonias aborígenes resguarda el territorio donde crecen, protegiéndolas así de la deforestación.

Reflexiones

Acercarnos y escuchar con las plantas es un ejercicio filosófico y bio-tecnológico que debe tener como paradigma la ética dentro de los procesos creativos entre especies. Al tratar de escuchar junto a las plantas, debemos cuestionarnos nuestra conciencia individualizada y subjetividad antropomórfica, donde los humanos dejemos de ser centro y único punto de referencia con el mundo. Escuchar con las plantas es un ejercicio de repensar el sonido, repensar a las plantas y repensarnos a nosotros mismos. Las limitaciones sensoriales de nuestra escucha frente a las formas de vida vegetal, y los sonidos que ellas emiten y perciben, son un recordatorio de nuestra dependencia alimentaria y de los millones de años de evolución que las plantas nos llevan de ventaja desde su aparición en la tierra. Por esto es tan importante preguntarnos por los sonidos que las estimulan y guían y por el rol de esos sonidos en las relaciones que la vida vegetal establece con su entorno el cual nos incluye. Del ejercicio de escuchar con las plantas, lo que debemos esperar cosechar, es un encuentro con nuestro yo vegetal y desde ahí, establecer relaciones más colaborativas y menos individualistas con nuestro medio ambiente a partir del sonido.

1 Prudence Gibson. Covet Plants (2018). Punctum Books.
2 Michael Marder en Covet Plants (2018). Punctum Books.
3 Andrés Belletty en Covet Plants (2018). Punctum Books.

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